Página 239 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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El espíritu de independencia
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La Asociación General
Se me ha indicado muchas veces que ningún hombre debe renun-
ciar a su juicio para ser dominado por el de cualquier otro hombre.
Nunca debe considerarse que la mente de un hombre o la de unos
pocos hombres se basta en sabiduría y poder para controlar la obra
y decir qué planes deben seguirse. Pero cuando en una sesión de
la Asociación General se expresa el juicio de los hermanos con-
gregados de todas partes del campo, la independencia y el juicio
particulares no deben sostenerse con terquedad, sino entregarse.
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Nunca debe un obrero tener por virtud el persistir en una actitud
independiente contra la decisión del cuerpo general.
A veces, cuando un pequeño grupo de hombres encargados del
manejo general de la obra procuró ejecutar en nombre de la Aso-
ciación General planes imprudentes y restringir la obra de Dios, he
dicho que ya no podía considerar voz de Dios la de la Asociación
General representada por estos pocos individuos. Pero esto no es
decir que no deben respetarse las decisiones de un congreso de la
Asociación General compuesto de una asamblea de personas debi-
damente nombradas por representantes de todas partes del campo.
Dios ordenó que tengan autoridad los representantes de su iglesia
de todas partes de la tierra, cuando están reunidos en el congreso de
la Asociación General. El error que algunos se hallan en peligro de
cometer estriba en dar a la mente y al juicio de un solo hombre o
de un pequeño grupo de hombres, la plena medida de autoridad e
influencia que Dios ha conferido a su iglesia, en el juicio y la voz de
la Asociación General congregada para planear la prosperidad y el
progreso de su obra.
Cuando este poder con que Dios invistió a la iglesia se concede
totalmente a un individuo, y él asume la autoridad de ser juicio
para otras mentes, entonces se trastroca el verdadero orden bíblico.
Los esfuerzos que haría Satanás para influir sobre la mente de un
hombre tal serían muy sutiles y a veces casi abrumadores, porque
el enemigo alentaría la esperanza de poder afectar a muchos otros
por su intermedio. Demos a la más alta autoridad organizada de la
iglesia aquello que nos inclinamos a dar a un individuo o a un grupo
reducido de personas.
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