Página 242 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
no permitió jamás a nadie, sea hombre o mujer, que presente ideas
que quiten a la obra su carácter sagrado e introduzcan en ella un
sentimiento de vulgaridad. La obra de Dios debe volverse más y
más sagrada a la vista de su pueblo. Por todos los medios posibles,
los que han sido puestos como sobreveedores de la obra de Dios en
nuestras instituciones deben dar siempre preeminencia a la voluntad
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y el camino de Dios. La salud de la obra en general depende de la
fidelidad de los hombres designados para hacer cumplir la voluntad
divina en las iglesias.
Deben confiarse los cargos a individuos que quieran adquirir
una experiencia más vasta, no en lo que concierne a lo suyo, sino
en lo referente a las cosas de Dios, un conocimiento más amplio del
carácter de Cristo. Cuanto mejor conozcan a Cristo, más fielmente le
representarán en el mundo. Deben escuchar su voz y prestar atención
a sus palabras.
Una amonestación
“Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales
había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepenti-
do, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en
Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos
en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en
ceniza. Por tanto os digo, que en el día del juicio, será más tolerable
el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras.
“Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el
Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los
milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día
de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable
el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti.
“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los
sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre,
porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi
Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoce
alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de