Página 254 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
gracia, participe de su naturaleza divina, y así huya de la corrupción
que reina en el mundo por la concupiscencia. La palabra de Dios
contenida en el Antiguo Testamento y el Nuevo, estudiada con fide-
lidad y recibida en la vida, comunicará sabiduría y vida espirituales.
Debe amársela con un amor sagrado. La fe en la Palabra de Dios, y
el poder transformador de Cristo, capacitan al creyente para realizar
sus obras y para vivir gozosamente en el Señor.
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Repetidas veces se me ha encargado que diga a nuestro pueblo:
Poned en Dios vuestra confianza y vuestra fe. No dejéis a ningún
hombre falible el cuidado de definir vuestro deber. Podéis hacer
vuestras las palabras del salmista: “Anunciaré tu nombre a mis
hermanos: en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a
Jehová, alabadle; glorificadle, simiente toda de Jacob; y temed de él,
vosotros, simiente toda de Israel. Porque no menospreció ni abominó
la aflicción del pobre, ni de él escondió su rostro; sino que cuando
clamó a él, oyóle. De ti será mi alabanza en la grande congregación;
mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los pobres, y
serán saciados: alabarán a Jehová los que le buscan: vivirá vuestro
corazón para siempre”.
Salmos 22:22-26
.
Estos pasajes vienen bien al caso. Cada miembro de la iglesia de-
biera comprender que es únicamente de Dios de quien debe esperarse
la comprensión del deber individual. Es bueno que los hermanos
se consulten; pero cuando ciertos hombres prescriben exactamente
a sus hermanos lo que deben hacer, éstos deben contestarles que
han elegido al Señor por consejero. Su gracia bastará a los que le
busquen con humildad. Pero cuando una persona permite que otra
se interponga entre ella y el deber que Dios le asignó, confiando en
el hombre y tomándole por guía, entonces se coloca en un terreno
peligroso. En vez de crecer y desarrollarse, perderá su espiritualidad.
Nadie tiene poder para remediar sus propios defectos de carác-
ter. Debemos esperar y confiar en Uno que es superior al hombre.
Recordemos siempre que nuestro auxilio se halla en Aquel que es
poderoso. El Señor pone a disposición de cada alma que quiere
aceptarla, la ayuda que necesita.
Sanatorio, California,
3 de octubre de 1907.
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