Página 259 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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La recompensa del esfuerzo ferviente
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la familia humana, y allí llevará Dios a los que reflejan su imagen
para que contemplen su gloria y participen de ella con él.
Hay mansiones para los peregrinos de la tierra. Hay vestiduras,
coronas de gloria y palmas de victoria para los justos. Todo lo que
nos dejó perplejos en las providencias de Dios quedará aclarado en
el mundo venidero. Las cosas difíciles de entender hallarán enton-
ces su explicación. Los misterios de la gracia nos serán revelados.
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Donde nuestras mentes finitas discernían solamente confusión y
promesas quebrantadas, veremos la más perfecta y hermosa armo-
nía. Sabremos que el amor infinito ordenó los incidentes que nos
parecieron más penosos. A medida que comprendamos el tierno
cuidado de Aquel que hace que todas las cosas obren conjuntamente
para nuestro bien, nos regocijaremos con gozo inefable y rebosante
de gloria.
No puede haber dolor en la atmósfera del cielo. En el hogar de los
redimidos no habrá lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni indicios de luto.
“No dirá el morador: Estoy enfermo: el pueblo que morare en ella
será absuelto de pecado”.
Isaías 33:24
. Nos invadirá una grandiosa
ola de felicidad que irá ahondándose a medida que transcurra la
eternidad.
Nos hallamos todavía en medio de las sombras y el torbellino
de las actividades terrenales. Consideremos con sumo fervor el
bienaventurado más allá. Que nuestra fe penetre a través de toda nube
de tinieblas, y contemplemos a Aquel que murió por los pecados del
mundo. Abrió las puertas del paraíso para todos los que le reciban y
crean en él. Les da la potestad de llegar a ser hijos e hijas de Dios.
Permitamos que las aflicciones que tanto nos apenan y agravian sean
lecciones instructivas, que nos enseñen a avanzar hacia el blanco del
premio de nuestra alta vocación en Cristo. Sintámonos alentados
por el pensamiento de que el Señor vendrá pronto. Alegre nuestro
corazón esta esperanza. “Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá,
y no tardará”.
Hebreos 10:37
. Bienaventurados son aquellos siervos
que, cuando venga su Señor, sean hallados velando.
Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por
nosotros, nos ha edificado una ciudad. La nueva Jerusalén es nuestro
lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca
más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de
los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por