Página 50 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
El Salvador fue un obrero incansable. No midió su trabajo por
horas; dedicó su tiempo, su corazón y su fortaleza a trabajar en
beneficio de la humanidad. Pasó días enteros trabajando y noches
completas en oración para poder hacer frente con firmeza al astuto
enemigo en todas sus obras engañosas, y para ser fortificado a fin de
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realizar su obra de elevación y restauración de la humanidad.
La persona que ama a Dios no mide su trabajo por el sistema de
las ocho horas. Trabaja a toda hora y nunca está fuera de servicio.
Hace el bien a medida que se le presenta la oportunidad de hacer-
lo. En todas partes, en todo tiempo y en todos lugares encuentra
oportunidades para trabajar para Dios. Lleva fragancia con él por
dondequiera que vaya. Una atmósfera sana rodea su alma. La her-
mosura de su vida bien ordenada y santa conversación inspira en
otros fe, esperanza y valor.
Se necesitan misioneros de corazón. Los esfuerzos espasmódi-
cos harán muy poco bien. Debemos cautivar la atención. Debemos
manifestar profundo empeño.
La obra de ganar almas debe llevarse adelante en forma agresiva,
en medio de oposición, peligro, pérdida y sufrimiento humano. En
cierta batalla, cuando uno de los regimientos de la fuerza atacante
estaba siendo rechazado por las hordas enemigas, el portaestandarte
mantuvo su lugar aunque las tropas habían emprendido la retirada.
El capitán le gritó que se retirara con las bandera, pero el portaes-
tandarte le contestó: “¡Traiga a sus hombres donde se encuentra la
bandera!” Esta es la obra de los portaestandartes: conducir a la gente
hacia el estandarte de Cristo. El Señor pide que haya sinceridad
y entusiasmo. Todos sabemos que el pecado de muchos cristianos
profesos es que carecen de valor y energía para colocarse ellos mis-
mos, y a los que con ellos se relacionan, a la altura del estandarte de
Cristo.
De todas partes repercute el llamado macedónico: “Pasa y ayúda-
nos”. Dios ha abierto campos delante de nosotros, y si los hombres
quisieran colaborar con los agentes divinos, muchísimas almas se-
rían ganadas para la verdad. Pero quienes dicen formar parte del
pueblo de Dios, se adormecieron sobre el trabajo que les fue asigna-
do; de manera que en muchos lugares este trabajo ni siquiera se ha
comenzado. Dios ha enviado un mensaje tras otro para despertar a
su pueblo y animarlo a que entre en acción inmediatamente. Pero