Página 18 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
Muchas son las figuras por las cuales el Espíritu de Dios ha
procurado ilustrar esta verdad y hacerla clara para las almas que
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desean verse libres de la carga de culpabilidad. Cuando Jacob huyó
de la casa de su padre, después de haber pecado engañando a Esaú,
estaba abrumado por el peso de su culpa. Se sentía solo, abandonado
y separado de todo lo que le hacía preciosa la vida. El pensamiento
que sobre todo oprimía su alma era el temor de que su pecado le
hubiese apartado de Dios y dejado desamparado del cielo. Embarga-
do por la tristeza, se recostó para descansar sobre la tierra desnuda.
Rodeábanle las solitarias montañas y cubríale la bóveda celeste con
su manto de estrellas. Habiéndose dormido, una luz extraña embar-
gó su visión; y he aquí, de la llanura donde estaba acostado, una
amplia escalera etérea parecía conducir a lo alto, hasta las mismas
puertas del cielo, y los ángeles de Dios subían y descendían por ella,
mientras que desde la gloria de las alturas se oía que la voz divina
pronunciaba un mensaje de consuelo y esperanza. Así fué revelado a
Jacob lo que satisfacía la necesidad y ansia de su alma: un Salvador.
Con gozo y gratitud vió que se le mostraba un camino por el cual
él, aunque pecador, podía ser devuelto a la comunión con Dios. La
mística escalera de su sueño representaba al Señor Jesús, el único
medio de comunicación entre Dios y el hombre.
A esta misma figura se refirió Cristo en su conversación con
Natanael cuando dijo: “Veréis abierto el cielo, y a los ángeles de
Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.
Al caer en
pecado, el hombre se enajenó de Dios; la tierra quedó separada del
cielo. A través del abismo existente entre ambos no podía haber
comunicación alguna. Sin embargo, mediante el Señor Jesucristo,
el mundo fué nuevamente unido al cielo. Con sus propios méritos,
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Cristo creó un puente sobre el abismo que el pecado había abierto,
de tal manera que los hombres pueden tener ahora comunión con los
ángeles ministradores. Cristo une con la Fuente del poder infinito al
hombre caído, débil y desamparado.
Vanos son los sueños de progreso de los hombres, vanos todos
sus esfuerzos por elevar a la humanidad, si menosprecian la única
fuente de esperanza y ayuda para la raza caída. “Toda buena dádiva
y todo don perfecto
provienen de Dios. Fuera de El, no hay
verdadera excelencia de carácter, y el único camino para ir a Dios es