Página 17 - El Camino a Cristo (1993)

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La más urgente necesidad del hombre
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Es imposible que escapemos por nosotros mismos del hoyo de
pecado en el que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo, y no
lo podemos cambiar. “¿Quién podrá sacar cosa limpia de inmunda?
Ninguno.
“El ánimo carnal es enemistad contra Dios; pues no está
sujeto a la ley de Dios, ni a la verdad lo puede estar.
La educación,
la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos
tienen su propia esfera, pero no tienen poder para salvarnos. Pueden
producir una corrección externa de la conducta, pero no pueden
cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe
haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto,
antes que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese
poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades
muertas del alma y atraer ésta a Dios, a la santidad.
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El Salvador dijo: “A menos que el hombre naciere de nuevo,”
a menos que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y
móviles que lo guíen a una nueva vida, “no puede ver el reino de
Dios.
La idea de que lo único necesario es que se desarrolle lo
bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal.
“El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque
le son insensatez; ni las puede conocer, por cuanto se disciernen
espiritualmente.
“No te maravilles de que te dije: Os es necesario
nacer de nuevo.
De Cristo está escrito: “En él estaba la vida; y la
vida era la luz de los hombres,
el único “nombre debajo del cielo,
dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos.
No basta comprender la amante bondad de Dios ni percibir la
benevolencia y ternura paternal de su carácter. No basta discer-
nir la sabiduría y justicia de su ley, ver que está fundada sobre el
eterno principio del amor. El apóstol Pablo veía todo esto cuando
exclamó: “Consiento en que la ley es buena,” “la ley es santa, y el
mandamiento, santo y justo y bueno;” mas, en la amargura de su
alma agonizante y desesperada, añadió: “Soy carnal, vendido bajo
el poder del pecado.
Ansiaba la pureza, la justicia que no podía
alcanzar por sí mismo, y dijo: “¡Oh hombre infeliz que soy! ¿quién
me libertará de este cuerpo de muerte?
La misma exclamación
ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones cargados.
Para todos ellos hay una sola contestación: “¡He aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo!