Página 28 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
pecado, porque tal demora consiste realmente en esto. No se puede
continuar en el pecado, por pequeño que se lo considere, sin correr
el riesgo de una pérdida infinita. Lo que no venzamos nos vencerá a
nosotros y nos destruirá.
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Adán y Eva se convencieron de que de un acto tan ínfimo como
el de comer la fruta prohibida no podrían resultar consecuencias tan
terribles como las que Dios había anunciado. Pero ese acto pequeño
era una transgresión de la ley santa e inmutable de Dios y separó
de éste al hombre y abrió las compuertas por las cuales se volcaron
sobre nuestro mundo la muerte y desgracias innumerables: y como
consecuencia de la desobediencia del hombre, siglo tras siglo ha
subido de nuestra tierra un continuo lamento de aflicción y a una
la creación gime bajo la carga terrible del dolor. El cielo mismo ha
sentido los efectos de la rebelión del hombre contra Dios. El Calvario
se destaca como un recuerdo del sacrificio asombroso que se requirió
para expiar la transgresión de la ley divina. No consideremos, pues,
el pecado como cosa trivial.
Toda transgresión, todo descuido o rechazamiento de la gracia
de Cristo, obra indirectamente sobre nosotros; endurece el corazón,
deprava la voluntad, entorpece el entendimiento, y no sólo os vuelve
menos inclinados a ceder, sino también menos capaces de oír las
tiernas súplicas del Espíritu de Dios.
Muchos están apaciguando su conciencia inquieta con el pensa-
miento de que pueden cambiar su mala conducta cuando quieran; de
que pueden tratar con ligereza las invitaciones de la misericordia y,
sin embargo, seguir sintiendo las impresiones de ella. Piensan que
después de menospreciar al Espíritu de gracia, después de echar su
influencia del lado de Satanás, en un momento de extrema nece-
sidad pueden cambiar su modo de proceder. Pero esto no se logra
tan fácilmente. La experiencia y la educación de una vida entera
han amoldado de tal manera el carácter, que pocos desean después
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recibir la imagen de Jesús.
Un solo rasgo malo en el carácter, un solo deseo pecaminoso,
persistentemente albergado, neutraliza con el tiempo todo el poder
del Evangelio. Cada vez que uno cede al pecado, se fortalece la
aversión del alma hacia Dios. El hombre que manifiesta un descreído
atrevimiento o una estólida indiferencia hacia la verdad, no está
sino segando la cosecha de su propia siembra. En toda la Escritura