24
            
            
              El Camino a Cristo
            
            
              pecado, porque tal demora consiste realmente en esto. No se puede
            
            
              continuar en el pecado, por pequeño que se lo considere, sin correr
            
            
              el riesgo de una pérdida infinita. Lo que no venzamos nos vencerá a
            
            
              nosotros y nos destruirá.
            
            
              [33]
            
            
              Adán y Eva se convencieron de que de un acto tan ínfimo como
            
            
              el de comer la fruta prohibida no podrían resultar consecuencias tan
            
            
              terribles como las que Dios había anunciado. Pero ese acto pequeño
            
            
              era una transgresión de la ley santa e inmutable de Dios y separó
            
            
              de éste al hombre y abrió las compuertas por las cuales se volcaron
            
            
              sobre nuestro mundo la muerte y desgracias innumerables: y como
            
            
              consecuencia de la desobediencia del hombre, siglo tras siglo ha
            
            
              subido de nuestra tierra un continuo lamento de aflicción y a una
            
            
              la creación gime bajo la carga terrible del dolor. El cielo mismo ha
            
            
              sentido los efectos de la rebelión del hombre contra Dios. El Calvario
            
            
              se destaca como un recuerdo del sacrificio asombroso que se requirió
            
            
              para expiar la transgresión de la ley divina. No consideremos, pues,
            
            
              el pecado como cosa trivial.
            
            
              Toda transgresión, todo descuido o rechazamiento de la gracia
            
            
              de Cristo, obra indirectamente sobre nosotros; endurece el corazón,
            
            
              deprava la voluntad, entorpece el entendimiento, y no sólo os vuelve
            
            
              menos inclinados a ceder, sino también menos capaces de oír las
            
            
              tiernas súplicas del Espíritu de Dios.
            
            
              Muchos están apaciguando su conciencia inquieta con el pensa-
            
            
              miento de que pueden cambiar su mala conducta cuando quieran; de
            
            
              que pueden tratar con ligereza las invitaciones de la misericordia y,
            
            
              sin embargo, seguir sintiendo las impresiones de ella. Piensan que
            
            
              después de menospreciar al Espíritu de gracia, después de echar su
            
            
              influencia del lado de Satanás, en un momento de extrema nece-
            
            
              sidad pueden cambiar su modo de proceder. Pero esto no se logra
            
            
              tan fácilmente. La experiencia y la educación de una vida entera
            
            
              han amoldado de tal manera el carácter, que pocos desean después
            
            
              [34]
            
            
              recibir la imagen de Jesús.
            
            
              Un solo rasgo malo en el carácter, un solo deseo pecaminoso,
            
            
              persistentemente albergado, neutraliza con el tiempo todo el poder
            
            
              del Evangelio. Cada vez que uno cede al pecado, se fortalece la
            
            
              aversión del alma hacia Dios. El hombre que manifiesta un descreído
            
            
              atrevimiento o una estólida indiferencia hacia la verdad, no está
            
            
              sino segando la cosecha de su propia siembra. En toda la Escritura