Página 37 - El Camino a Cristo (1993)

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La consagración
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Al consagrarnos a Dios, debemos necesariamente abandonar
todo aquello que nos separaría de El. Por esto dice el Salvador: “Así,
pues, cada uno de vosotros que no renuncia a todo cuanto posee, no
puede ser mi discípulo.
Debemos renunciar a todo lo que aleje de
Dios nuestro corazón. Las riquezas son el ídolo de muchos. El amor
al dinero y el deseo de acumular fortunas constituyen la cadena de
oro que los tiene sujetos a Satanás. Otros adoran la reputación y los
honores del mundo. Una vida de comodidad egoísta, libre de respon-
sabilidad, es el ídolo de otros. Pero estos lazos de servidumbre deben
romperse. No podemos consagrar una parte de nuestro corazón al
Señor, y la otra al mundo. No somos hijos de Dios a menos que lo
seamos enteramente.
Hay quienes profesan servir a Dios a la vez que confían en sus
propios esfuerzos para obedecer su ley, desarrollar un carácter recto
y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por algún
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sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que procuran cumplir
los deberes de la vida cristiana como algo que Dios les exige para
ganar el cielo. Una religión tal no tiene valor alguno. Cuando Cristo
mora en el corazón, el alma rebosa de tal manera de su amor y del
gozo de su comunión, que se aferra a El; y contemplándole se olvida
de sí misma. El amor a Cristo es el móvil de sus acciones.
Los que sienten el amor constreñidor de Dios no preguntan cuán-
to es lo menos que pueden darle para satisfacer lo que El requiere;
no preguntan cuál es la norma más baja que acepta, sino que aspiran
a una vida de completa conformidad con la voluntad de su Reden-
tor. Con ardiente deseo lo entregan todo y manifiestan un interés
proporcional al valor del objeto que procuran. El profesar que se
pertenece a Cristo sin sentir ese amor profundo, es mera charla, árido
formalismo, gravosa y vil tarea.
¿Creéis que es un sacrificio demasiado grande darlo todo a Cris-
to? Preguntaos: “¿Qué dió Cristo por mí?” El Hijo de Dios lo dió
todo para redimirnos: vida, amor y sufrimientos. ¿Es posible que
nosotros, seres indignos de tan grande amor, rehusemos entregarle
nuestro corazón? Cada momento de nuestra vida hemos compartido
las bendiciones de su gracia, y por esta misma razón no podemos
comprender plenamente las profundidades de la ignorancia y la mi-
seria de que hemos sido salvados. ¿Es posible que veamos a Aquel
a quien traspasaron nuestros pecados y continuemos, sin embargo,