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              El Camino a Cristo
            
            
              ¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pen-
            
            
              samientos? ¿De quién nos gusta hablar? ¿Para quién son nuestros
            
            
              más ardientes afectos y nuestras mejores energías? Si somos de
            
            
              Cristo, nuestros pensamientos están con El y le dedicamos nuestras
            
            
              más gratas reflexiones. Le hemos consagrado todo lo que tenemos y
            
            
              somos. Anhelamos ser semejantes a El, tener su Espíritu, hacer su
            
            
              voluntad y agradarle en todo.
            
            
              Los que llegan a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús producen los
            
            
              frutos de su Espíritu: “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad,
            
            
              bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza.
            
            
            
            
              Ya no se conforman
            
            
              con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe siguen las
            
            
              pisadas del Hijo de Dios, reflejan su carácter y se purifican a sí
            
            
              mismos como El es puro. Aman ahora las cosas que en un tiempo
            
            
              aborrecían, y aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que
            
            
              era orgulloso y dominador es ahora manso y humilde de corazón.
            
            
              El que antes era vano y altanero, es ahora serio y discreto. El que
            
            
              [59]
            
            
              antes era borracho, es ahora sobrio y el que era libertino, puro. Han
            
            
              dejado las costumbres y modas vanas del mundo. Los cristianos
            
            
              no buscan “el adorno exterior,” sino que “sea adornado el hombre
            
            
              interior del corazón, con la ropa imperecedera de un espíritu manso
            
            
              y sosegado.
            
            
            
            
              No hay evidencia de arrepentimiento verdadero cuando no se
            
            
              produce una reforma en la vida. Si restituye la prenda, devuelve lo
            
            
              que haya robado, confiesa sus pecados y ama a Dios y a su prójimo,
            
            
              el pecador puede estar seguro de que pasó de muerte a vida.
            
            
              Cuando vamos a Cristo como seres errados y pecaminosos, y nos
            
            
              hacemos participantes de su gracia perdonadora, el amor brota en
            
            
              nuestro corazón. Toda carga resulta ligera, porque el yugo de Cristo
            
            
              es suave. Nuestros deberes se vuelven delicias y los sacrificios un
            
            
              placer. El sendero que antes nos parecía cubierto de tinieblas brilla
            
            
              ahora con los rayos del Sol de justicia.
            
            
              La hermosura del carácter de Cristo ha de verse en los que le
            
            
              siguen. El se deleitaba en hacer la voluntad de Dios. El poder que
            
            
              predominaba en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y
            
            
              el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus
            
            
              acciones. El amor es de Dios; el corazón inconverso no puede pro-
            
            
              ducirlo u originarlo. Se encuentra solamente en el corazón donde
            
            
              Cristo reina. “Nosotros amamos, por cuanto él nos amó primero.