Página 46 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

42
El Camino a Cristo
¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pen-
samientos? ¿De quién nos gusta hablar? ¿Para quién son nuestros
más ardientes afectos y nuestras mejores energías? Si somos de
Cristo, nuestros pensamientos están con El y le dedicamos nuestras
más gratas reflexiones. Le hemos consagrado todo lo que tenemos y
somos. Anhelamos ser semejantes a El, tener su Espíritu, hacer su
voluntad y agradarle en todo.
Los que llegan a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús producen los
frutos de su Espíritu: “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza.
Ya no se conforman
con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe siguen las
pisadas del Hijo de Dios, reflejan su carácter y se purifican a sí
mismos como El es puro. Aman ahora las cosas que en un tiempo
aborrecían, y aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que
era orgulloso y dominador es ahora manso y humilde de corazón.
El que antes era vano y altanero, es ahora serio y discreto. El que
[59]
antes era borracho, es ahora sobrio y el que era libertino, puro. Han
dejado las costumbres y modas vanas del mundo. Los cristianos
no buscan “el adorno exterior,” sino que “sea adornado el hombre
interior del corazón, con la ropa imperecedera de un espíritu manso
y sosegado.
No hay evidencia de arrepentimiento verdadero cuando no se
produce una reforma en la vida. Si restituye la prenda, devuelve lo
que haya robado, confiesa sus pecados y ama a Dios y a su prójimo,
el pecador puede estar seguro de que pasó de muerte a vida.
Cuando vamos a Cristo como seres errados y pecaminosos, y nos
hacemos participantes de su gracia perdonadora, el amor brota en
nuestro corazón. Toda carga resulta ligera, porque el yugo de Cristo
es suave. Nuestros deberes se vuelven delicias y los sacrificios un
placer. El sendero que antes nos parecía cubierto de tinieblas brilla
ahora con los rayos del Sol de justicia.
La hermosura del carácter de Cristo ha de verse en los que le
siguen. El se deleitaba en hacer la voluntad de Dios. El poder que
predominaba en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y
el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus
acciones. El amor es de Dios; el corazón inconverso no puede pro-
ducirlo u originarlo. Se encuentra solamente en el corazón donde
Cristo reina. “Nosotros amamos, por cuanto él nos amó primero.