Página 47 - El Camino a Cristo (1993)

Basic HTML Version

Cómo lograr una magnifica renovación
43
En el corazón regenerado por la gracia divina, el amor es el móvil de
las acciones. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, restringe
las pasiones, subyuga la enemistad y ennoblece los afectos. Este
amor atesorado en el alma endulza la vida y derrama una influencia
[60]
purificadora sobre todos los que están en derredor.
Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particular-
mente los que apenas han comenzado a confiar en su gracia, deben
guardarse en forma especial. El primero, en el cual ya se ha insistido,
es el de fijarnos en nuestras propias obras, confiando en algo que
podamos hacer para ponernos en armonía con Dios. El que está
procurando llegar a ser santo mediante sus esfuerzos por observar
la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre
puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Sólo
la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos.
El error opuesto y no menos peligroso consiste en sostener que
la fe en Cristo exime a los hombres de guardar la ley de Dios, y
que en vista de que sólo por la fe llegamos a ser participantes de la
gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra
redención.
Nótese, sin embargo, que la obediencia no es un mero cumpli-
miento externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una
expresión de la misma naturaleza de su Autor; es la personificación
del gran principio del amor, y es, por lo tanto, el fundamento de su
gobierno en los cielos y en la tierra. Si nuestros corazones están
renovados a la semejanza de Dios, si el amor divino está implantado
en el alma, ¿no se cumplirá la ley de Dios en nuestra vida? Cuando
el principio del amor es implantado en el corazón, cuando el hombre
es renovado a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa
del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón, y también en
su mente las escribiré.
Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no
[61]
modelará la vida? La obediencia, es decir el servicio y la lealtad
que se rinden por amor, es la verdadera prueba del discipulado. Por
esto dice la Escritura: “Este es el amor de Dios, que guardemos sus
mandamientos.” “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus man-
damientos, es mentiroso, y no hay verdad en él.
En vez de eximir
al hombre de la obediencia, la fe, y sólo ella, nos hace participantes
de la gracia de Cristo, y nos capacita para obedecer.