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              El Camino a Cristo
            
            
              servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
            
            
            
            
              Tal fué el gran objeto de su vida. Todo lo demás fué secundario
            
            
              y accesorio. Fué su comida y bebida hacer la voluntad de Dios y
            
            
              acabar su obra. En ésta no hubo amor propio ni egoísmo.
            
            
              Así también los que son participantes de la gracia de Cristo
            
            
              estarán dispuestos a hacer cualquier sacrificio para que los otros por
            
            
              quienes El murió compartan el don celestial. Harán cuanto puedan
            
            
              para que su paso por el mundo lo mejore. Este espíritu es el fruto
            
            
              seguro del alma verdaderamente convertida. Tan pronto como uno
            
            
              acude a Cristo nace en el corazón un vivo deseo de hacer saber a otros
            
            
              cuán precioso amigo encontró en el Señor Jesús. La verdad salvadora
            
            
              y santificadora no puede permanecer encerrada en el corazón. Si
            
            
              estamos revestidos de la justicia de Cristo y rebosamos de gozo por
            
            
              la presencia de su Espíritu, no podremos guardar silencio. Si hemos
            
            
              probado y visto que el Señor es bueno, tendremos algo que decir
            
            
              a otros. Como Felipe cuando encontró al Salvador, invitaremos a
            
            
              [79]
            
            
              otros a ir a El. Procuraremos presentarles los atractivos de Cristo y
            
            
              las realidades invisibles del mundo venidero. Anhelaremos seguir
            
            
              en la senda que Jesús recorrió y desearemos que quienes nos rodean
            
            
              puedan ver al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
            
            
            
            
              Y el esfuerzo por hacer bien a otros se tornará en bendiciones
            
            
              para nosotros mismos. Tal era el designio de Dios al darnos una
            
            
              parte que hacer en el plan de redención. El concedió a los hombres
            
            
              el privilegio de ser hechos participantes de la naturaleza divina y de
            
            
              difundir a su vez bendiciones para sus hermanos. Este es el honor
            
            
              más alto y el gozo mayor que Dios pueda conferir a los hombres. Los
            
            
              que así participan en trabajos de amor son los que más se acercan a
            
            
              su Creador.
            
            
              Dios podría haber encomendado a los ángeles del cielo el mensa-
            
            
              je del Evangelio y todo el ministerio de amor. Podría haber empleado
            
            
              otros medios para llevar a cabo su propósito. Pero en su amor infinito
            
            
              quiso hacernos colaboradores con El, con Cristo y con los ángeles,
            
            
              para que compartiésemos la bendición, el gozo y la elevación espiri-
            
            
              tual que resultan de este abnegado ministerio.
            
            
              Somos inducidos a simpatizar con Cristo mediante la comunión
            
            
              con sus padecimientos. Cada acto de sacrificio personal en favor
            
            
              de los demás robustece el espíritu de beneficencia en el corazón
            
            
              del dador y lo une más estrechamente con el Redentor del mundo,