Página 62 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
La iglesia de Cristo es la intermediaria elegida por Dios para
salvar a los hombres. Su misión es llevar el Evangelio al mundo. Esta
obligación recae sobre todos los cristianos. Cada uno de nosotros,
hasta donde lo permitan sus talentos y oportunidades, tiene que
cumplir el mandato del Salvador. El amor de Cristo que nos ha sido
revelado nos hace deudores de cuantos no lo conocen. Dios nos dió
luz, no sólo para nosotros, sino para que la derramemos sobre ellos.
Si los discípulos de Cristo comprendiesen su deber, habría mil
heraldos proclamando el Evangelio a los paganos donde hoy hay
uno. Y todos los que no pudieran dedicarse personalmente a la obra,
la sostendrían con sus recursos, simpatías y oraciones. Y se trabajaría
con más ardor en favor de las almas en los países cristianos.
No necesitamos ir a tierras de paganos—ni aun dejar el estrecho
círculo del hogar, si allí nos retiene el deber—a fin de trabajar por
Cristo. Podemos hacerlo en el seno del hogar, en la iglesia, entre
aquellos con quienes nos asociamos y con quienes negociamos.
Nuestro Salvador pasó la mayor parte de su vida terrenal tra-
bajando pacientemente en la carpintería de Nazaret. Los ángeles
ministradores acompañaban al Señor de la vida mientras caminaba
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con campesinos y labradores, desconocido y sin honores. Estaba
cumpliendo su misión tan fielmente mientras trabajaba en su hu-
milde oficio como cuando sanaba a los enfermos y andaba sobre
las olas tempestuosas del mar de Galilea. Así también nosotros, en
los deberes más humildes y en las posiciones más bajas de la vida,
podemos andar y trabajar con Jesús.
El apóstol dice: “Cada uno permanezca para con Dios en aquel
estado en que fué llamado.
El hombre de negocios puede dirigir
sus asuntos de un modo que por su fidelidad glorifique a su Maestro.
Si es verdadero discípulo de Cristo, pondrá en práctica su religión
en todo lo que haga y revelará a los hombres el espíritu de Cristo. El
obrero manual puede ser un diligente y fiel representante de Aquel
que se ocupó en los trabajos humildes de la vida entre las colinas de
Galilea. Todo aquel que lleva el nombre de Cristo debe obrar de tal
modo que otros, viendo sus buenas obras, sean inducidos a glorificar
a su Creador y Redentor.
Muchos se excusan de poner sus dones al servicio de Cristo
porque otros poseen mejores dotes y ventajas. Ha prevalecido la
opinión de que sólo los que están especialmente dotados tienen que