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El Camino a Cristo
de los patriarcas, profetas y otros hombres santos de la antigüedad.
Ellos estaban sujetos “a las mismas debilidades que nosotros.
[88]
Vemos cómo lucharon entre descorazonamientos como los nuestros,
cómo cayeron bajo tentaciones como hemos caído nosotros y sin
embargo cobraron nuevo valor y vencieron por la gracia de Dios, y
recordándolos, nos animamos en nuestra lucha por la justicia. Al leer
el relato de los preciosos sucesos que se les permitió experimentar, la
luz, el amor y la bendición que les tocó gozar y la obra que hicieron
por la gracia a ellos dada, el espíritu que los inspiró enciende en
nosotros un fuego de santo celo, un deseo de ser como ellos en
carácter y de andar con Dios como ellos.
El Señor Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento,
y cuánto más cierto es esto acerca del Nuevo: “Ellas son las que
dan testimonio de mí,
el Redentor, Aquel en quien se concentran
vuestras esperanzas de la vida eterna. Sí, la Biblia entera nos ha-
bla de Cristo. Desde el primer relato de la creación, de la cual se
dice: “Sin él nada de lo que es hecho, fué hecho,
hasta la última
promesa: “¡He aquí, yo vengo presto!
leemos acerca de sus obras
y escuchamos su voz. Si deseáis conocer al Salvador, estudiad las
Santas Escrituras.
Llenad vuestro corazón con las palabras de Dios. Son el agua
viva que apaga vuestra sed. Son el pan vivo que descendió del cielo.
Jesús declara: “A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y
bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros.” Y al explicarse, dice:
“Las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son.
Nuestros
cuerpos viven de lo que comemos y bebemos; y lo que sucede en la
vida natural sucede en la espiritual: lo que meditamos es lo que da
tono y vigor a nuestra naturaleza espiritual.
[89]
El tema de la redención es un tema que los ángeles desean
escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos durante las
interminables edades de la eternidad. ¿No es un tema digno de
atención y estudio ahora? La infinita misericordia y el amor de
Jesús, el sacrificio hecho en nuestro favor, demandan de nosotros la
más seria y solemne reflexión. Debemos espaciarnos en el carácter
de nuestro querido Redentor e Intercesor. Debemos meditar en la
misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus pecados.
Cuando contemplemos así los asuntos celestiales, nuestra fe y amor
serán más fuertes y nuestras oraciones más aceptables a Dios, porque