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              El Camino a Cristo
            
            
              Dios no pide que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o
            
            
              monjes, ni que nos retiremos del mundo, a fin de consagrarnos a los
            
            
              actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo,
            
            
              que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace
            
            
              nada más que orar, pronto dejará de hacerlo, o sus oraciones llegarán
            
            
              a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida
            
            
              social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar
            
            
              su cruz, cuando dejan de trabajar fervorosamente por el Maestro
            
            
              que trabajó con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración
            
            
              y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a
            
            
              ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la
            
            
              humanidad o la extensión del reino de Cristo ni pedir fuerza con que
            
            
              trabajar.
            
            
              Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de
            
            
              congregarnos para fortalecernos y edificarnos mutuamente en el
            
            
              [102]
            
            
              servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestras
            
            
              almas su vivacidad e importancia. Nuestros corazones dejan de ser
            
            
              alumbrados y vivificados por la influencia santificadora y nuestra
            
            
              espiritualidad declina. En nuestro trato como cristianos perdemos
            
            
              mucho por falta de simpatía mutua. El que se encierra completa-
            
            
              mente dentro de sí mismo no ocupa la posición que Dios le señaló.
            
            
              El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturale-
            
            
              za nos hace simpatizar con otros, y es para nosotros un medio de
            
            
              desarrollarnos y fortalecernos en el servicio de Dios.
            
            
              Si todos los cristianos se asociaran y se hablasen unos a otros
            
            
              del amor de Dios y de las preciosas promesas de la redención, su
            
            
              corazón se robustecería, y se edificarían mutuamente. Aprendamos
            
            
              diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una nueva
            
            
              experiencia de su gracia, y entonces desearemos hablar de su amor.
            
            
              Mientras lo hagamos nuestro propio corazón se enternecerá y reani-
            
            
              mará. Si pensáramos y habláramos más del Señor Jesús y menos de
            
            
              nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia.
            
            
              Si tan sólo pensáramos en El tantas veces como tenemos pruebas
            
            
              de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nues-
            
            
              tros pensamientos y nos deleitaríamos en hablar de El y en alabarle.
            
            
              Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas.
            
            
              Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas
            
            
              y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones