Página 80 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
de esto debemos seguir confiando en su mano omnipotente y en su
corazón lleno de amor.
La Palabra de Dios, como el carácter de su divino Autor, presenta
misterios que nunca podrán ser plenamente comprendidos por seres
finitos. La entrada del pecado en el mundo, la encarnación de Cris-
to, la regeneración, la resurrección y otros muchos asuntos que se
presentan en la Sagrada Escritura son misterios demasiado profun-
dos para que la mente humana los explique, o siquiera los entienda
plenamente. Pero no tenemos motivo para dudar de la Palabra de
Dios porque no podamos comprender los misterios de la providencia
de El. En el mundo natural estamos siempre rodeados de misterios
que no podemos penetrar. Aun las formas más humildes de vida
presentan un problema que el más sabio de los filósofos es incapaz
de explicar. Por doquiera se ven maravillas que superan nuestro
conocimiento. ¿Debemos sorprendernos de que en el mundo espiri-
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tual haya también misterios que no podamos sondear? La dificultad
estriba únicamente en la debilidad y estrechez del espíritu humano.
Dios nos ha dado en las Santas Escrituras pruebas suficientes de
su carácter divino, y no debemos dudar de su Palabra porque no
podamos entender los misterios de su providencia.
El apóstol Pedro dice que hay en las Escrituras “cosas difíciles
de entender, que los ignorantes e inconstantes tuercen, ... para su
propia destrucción.
Los incrédulos han presentado las dificultades
de las Sagradas Escrituras como argumento contra ellas; pero distan
tanto de serlo que constituyen en realidad una poderosa evidencia de
su inspiración divina. Si no contuvieran acerca de Dios sino aquello
que fácilmente pudiéramos comprender, si su grandeza y majestad
pudieran ser abarcadas por inteligencias finitas, entonces la Biblia
no llevaría las credenciales inequívocas de la autoridad divina. La
misma grandeza y los mismos misterios de los temas presentados
deben inspirar fe en ella como Palabra de Dios.
La Escritura presenta la verdad con tal sencillez y con una adapta-
ción tan perfecta a las necesidades y los anhelos del corazón humano,
que ha asombrado y encantado a los espíritus más cultivados, al mis-
mo tiempo que capacita al más humilde e incauto para discernir el
camino de la salvación. Sin embargo, estas verdades sencillamente
declaradas tratan asuntos tan elevados, de tanta trascendencia, tan
infinitamente fuera del alcance de la comprensión humana, que sólo