¿Qué debe hacerse con la duda?
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podemos aceptarlas porque Dios nos las ha declarado. Así queda
el plan de la redención expuesto delante de nosotros de modo que
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toda alma pueda ver los pasos que debe dar a fin de arrepentirse
para con Dios y tener fe en nuestro Señor Jesucristo y salvarse de
la manera señalada por Dios. Sin embargo, bajo estas verdades tan
comprensibles existen misterios que son el escondedero de la gloria
del Señor, misterios que abruman la mente que los indaga, aunque
inspiran fe y reverencia al sincero investigador de la verdad. Cuanto
más escudriña éste la Biblia, tanto más se profundiza su convicción
de que es la Palabra del Dios vivo, y la razón humana se postra ante
la majestad de la revelación divina.
Reconocer que no podemos entender plenamente las grandes ver-
dades de la Escritura no es sino admitir que la mente finita no basta
para abarcar lo infinito; que el hombre, con su limitado conocimiento
humano, no puede comprender los designios de la Omnisciencia.
Por el hecho de que no pueden sondear todos los misterios de
la Palabra de Dios, los escépticos y los incrédulos la rechazan;
y no todos los que profesan creer en ella están exentos de este
peligro. El apóstol dice: “Mirad, pues, hermanos, no sea que acaso
haya en alguno de vosotros, un corazón malo de incredulidad, en
el apartarse del Dios vivo.
Es bueno estudiar detenidamente las
enseñanzas de la Escritura e investigar “las profundidades de Dios”
hasta donde se revelan en ella, porque si bien “las cosas secretas
pertenecen a Jehová nuestro Dios,” “las reveladas nos pertenecen
a nosotros.
Pero Satanás obra para pervertir las facultades de
investigación del entendimiento. Cierto orgullo se mezcla con la
consideración de la verdad bíblica, de modo que cuando los hombres
no pueden explicar todas sus partes como quieren se impacientan y
se sienten derrotados. Es para ellos demasiado humillante reconocer
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que no pueden entender las palabras inspiradas. No están dispuestos
a esperar pacientemente hasta que Dios juzgue oportuno revelarles
la verdad. Creen que su sabiduría humana sin auxilio alguno basta
para hacerles entender la Escritura, y cuando no lo logran niegan
virtualmente la autoridad de ésta. Es verdad que muchas teorías y
doctrinas que se consideran generalmente derivadas de la Biblia no
tienen fundamento en lo que ella enseña, y en realidad contrarían
todo el tenor de la inspiración. Estas cosas han sido motivo de duda y
perplejidad para muchos espíritus. No son, sin embargo, imputables