Página 82 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
a la Palabra de Dios, sino a la perversión que los hombres han hecho
de ella.
Si fuera posible para los seres terrenales obtener pleno cono-
cimiento de Dios y de sus obras, no habría ya para ellos, después
de lograrlo, ni descubrimiento de nuevas verdades, ni crecimiento
del saber, ni desarrollo ulterior del espíritu o del corazón. Dios no
sería ya supremo; y el hombre, habiendo alcanzado el límite del
conocimiento y del progreso, dejaría de adelantar. Demos gracias a
Dios de que no es así. Dios es infinito; en El están “todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia.
Y por toda la eternidad los hombres
podrán estar siempre escudriñando, siempre aprendiendo, sin poder
agotar nunca, sin embargo, los tesoros de la sabiduría, la bondad y
el poder del Eterno.
El quiere que aun en esta vida las verdades de su Palabra se vayan
revelando de continuo a su pueblo. Y hay solamente un modo por el
cual se obtiene este conocimiento. No podemos llegar a entender la
Palabra de Dios sino por la iluminación del Espíritu por el cual ella
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fué dada. “Las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de
Dios,
“porque el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas
profundas de Dios.
Y la promesa del Salvador a sus discípulos
fué: “Mas cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará
al conocimiento de toda la verdad; ... porque tomará de lo mío, y os
lo anunciará.
Dios desea que el hombre haga uso de su facultad de razonar, y
el estudio de la Sagrada Escritura fortalece y eleva la mente como
ningún otro estudio puede hacerlo. Con todo, debemos cuidarnos
de no deificar la razón, que está sujeta a las debilidades y flaquezas
de la humanidad. Si no queremos que las Sagradas Escrituras estén
veladas para nuestro entendimiento de modo que no podamos com-
prender ni las verdades más simples, debemos tener la sencillez y
la fe de un niño, estar dispuestos a aprender e implorar la ayuda del
Espíritu Santo. El conocimiento del poder y la sabiduría de Dios y
la conciencia de nuestra incapacidad para comprender su grandeza,
deben inspirarnos humildad, y hemos de abrir su Palabra con santo
temor, como si compareciéramos ante El. Cuando nos acercamos
a la Escritura nuestra razón debe reconocer una autoridad superior
a ella misma, y el corazón y la inteligencia deben postrarse ante el
gran yo soy.