Página 88 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
dos y llorarlos hasta quedar abrumados de desaliento. La persona
desalentada se llena de tinieblas, desecha de su alma la luz divina y
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proyecta sombra en el camino de los demás.
Gracias a Dios por los hermosísimos cuadros que nos ha da-
do. Reunamos las benditas promesas de su amor, para recordarlas
siempre: el Hijo de Dios, que deja el trono de su Padre y reviste
su divinidad con la humanidad para poder rescatar al hombre del
poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, que abre el cielo a los
hombres y revela a su vista la morada donde la Divinidad descubre
su gloria; la raza caída, levantada de lo profundo de la ruina en que el
pecado la había sumergido, puesta de nuevo en relación con el Dios
infinito, vestida de la justicia de Cristo y exaltada hasta su trono
después de sufrir la prueba divina por la fe en nuestro Redentor.
Tales son las cosas que Dios quiere que contemplemos.
Cuando parece que dudamos del amor de Dios y desconfiamos
de sus promesas, le deshonramos y contristamos su Espíritu Santo.
¿Cómo se sentiría una madre cuyos hijos se quejaran constantemente
de ella, como si no tuviera buenas intenciones para con ellos, mien-
tras que en realidad durante su vida entera ella se hubiese esforzado
por fomentar los intereses de ellos y proporcionarles comodidades?
Suponed que dudaran de su amor; esto quebrantaría su corazón.
¿Cómo se sentiría un padre si sus hijos le trataran así? ¿Y cómo
puede mirarnos nuestro Padre celestial cuando desconfiamos de su
amor, que le indujo a dar a su Hijo unigénito para que tengamos
vida? El apóstol dice: “El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino
que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también
de pura gracia, todas las cosas?
Y sin embargo, cuántos están
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diciendo con sus hechos, si no con sus palabras: “El Señor no dijo
esto para mí. Tal vez ame a otros, pero a mí no me ama.”
Todo esto está perjudicando a vuestra propia alma, pues cada
palabra de duda que proferís da lugar a las tentaciones de Satanás;
hace crecer en vosotros la tendencia a dudar, y es un agravio de
parte vuestra a los ángeles ministradores. Cuando Satanás os tiente,
no salga de vuestros labios una sola palabra de duda o tinieblas. Si
elegís abrir la puerta a sus insinuaciones, vuestra mente se llenará
de desconfianza y de rebeldes cavilaciones. Si habláis de vuestros
sentimientos, cada duda que expreséis no sólo reaccionará sobre
vosotros mismos sino que será una semilla que germinará y dará