La fuente de regocijo y felicidad
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fruto en la vida de otros, y acaso sea imposible contrarrestar la
influencia de vuestras palabras. Tal vez podáis reponeros vosotros
de la hora de la tentación y del lazo de Satanás; mas puede ser que
otros que hayan sido dominados por vuestra influencia, no alcancen
a escapar de la incredulidad que hayáis insinuado. ¡Cuánto importa
que expresemos tan sólo cosas que den fuerza espiritual y vida!
Los ángeles están atentos para oír qué clase de informe dais al
mundo acerca de vuestro Señor. Conversad de Aquel que vive para
interceder por nosotros ante el Padre. Esté la alabanza de Dios en
vuestros labios y corazones cuando estrechéis la mano de un amigo.
Esto atraerá sus pensamientos al Señor Jesús.
Todos tenemos pruebas, aflicciones duras que sobrellevar y fuer-
tes tentaciones que resistir. Pero no las contéis a los mortales, sino
llevadlo todo a Dios, en oración. Tengamos por regla el no proferir
una sola palabra de duda o desaliento. Podemos hacer mucho más
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para alumbrar el camino de los demás y sostener sus esfuerzos si
hablamos palabras de esperanza y buen ánimo.
Hay muchas almas valientes que están en extremo acosadas por
la tentación, casi a punto de desmayar en el conflicto que sostienen
consigo mismas y con las potencias del mal. No las desalentéis en su
dura lucha. Alegradlas con palabras de valor, ricas en esperanza, que
las insten a avanzar. De este modo podéis reflejar la luz de Cristo.
“Ninguno de nosotros vive para sí.
Por vuestra influencia incons-
ciente pueden los demás ser alentados y fortalecidos, o desanimados
y apartados de Cristo y de la verdad.
Muchos tienen ideas muy erróneas acerca de la vida y el carácter
de Cristo. Piensan que carecía de calor y alegría, que era austero,
severo y triste. Para muchos toda la vida religiosa se presenta bajo
este aspecto sombrío.
Se dice a menudo que Jesús lloró, pero que nunca se supo que
haya sonreído. Nuestro Salvador fué a la verdad Varón de dolores
y experimentado en quebranto, porque abrió su corazón a todas
las miserias de los hombres. Pero aunque fué la suya una vida de
abnegación, dolores y cuidados, su espíritu no quedó abrumado por
ellos. En su rostro no se veía una expresión de amargura o queja,
sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era un manantial de
vida. Y doquiera iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría.