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El Camino a Cristo
Nuestro Salvador fué profunda e intensamente fervoroso, pero
nunca sombrío o huraño. La vida de los que le imiten estará por
cierto llena de propósitos serios; ellos tendrán un profundo sentido
de su responsabilidad personal. Reprimirán la liviandad; entre ellos
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no habrá júbilo tumultuoso ni bromas groseras; pues la religión del
Señor Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, no
impide la jovialidad ni obscurece el rostro alegre y sonriente. Cristo
no vino para ser servido, sino para servir; y cuando su amor reine en
nuestro corazón, seguiremos su ejemplo.
Si recordamos siempre las acciones egoístas e injustas de otros,
encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos amó; pero
si nuestros pensamientos se espacian de continuo en el maravillo-
so amor y compasión de Cristo hacia nosotros, manifestaremos el
mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos
mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos
menos de observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza
para con nosotros mismos, y una paciencia llena de ternura hacia
las faltas ajenas. Esto destruirá todo estrecho egoísmo y nos dará un
corazón grande y generoso.
El salmista dice: “Confía en Jehová, y obra el bien; habita tran-
quilo en la tierra, y apaciéntate de la verdad.
“Confía en Jehová.”
Cada día trae sus cargas, sus cuidados y perplejidades; y cuán listos
estamos para hablar de ellos cuando nos encontramos unos con otros.
Nos acosan tantas penas imaginarias, cultivamos tantos temores y
expresamos tal peso de ansiedades, que cualquiera podría suponer
que no tenemos un Salvador poderoso y misericordioso, dispuesto a
oír todas nuestras peticiones y a ser nuestro protector constante en
cada hora de necesidad.
Algunos temen siempre, y toman cuitas prestadas. Todos los
días están rodeados de las prendas del amor de Dios; todos los
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días gozan las bondades de su providencia; pero pasan por alto
estas bendiciones presentes. Sus mentes están siempre espaciándose
en algo desagradable cuya llegada temen; o puede ser que existan
realmente algunas dificultades que, aunque pequeñas, ciegan sus ojos
a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades
con que tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de todo
bien, los separan de El, porque despiertan desasosiego y lamentos.