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              El Camino a Cristo
            
            
              Nuestro Salvador fué profunda e intensamente fervoroso, pero
            
            
              nunca sombrío o huraño. La vida de los que le imiten estará por
            
            
              cierto llena de propósitos serios; ellos tendrán un profundo sentido
            
            
              de su responsabilidad personal. Reprimirán la liviandad; entre ellos
            
            
              [121]
            
            
              no habrá júbilo tumultuoso ni bromas groseras; pues la religión del
            
            
              Señor Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, no
            
            
              impide la jovialidad ni obscurece el rostro alegre y sonriente. Cristo
            
            
              no vino para ser servido, sino para servir; y cuando su amor reine en
            
            
              nuestro corazón, seguiremos su ejemplo.
            
            
              Si recordamos siempre las acciones egoístas e injustas de otros,
            
            
              encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos amó; pero
            
            
              si nuestros pensamientos se espacian de continuo en el maravillo-
            
            
              so amor y compasión de Cristo hacia nosotros, manifestaremos el
            
            
              mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos
            
            
              mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos
            
            
              menos de observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza
            
            
              para con nosotros mismos, y una paciencia llena de ternura hacia
            
            
              las faltas ajenas. Esto destruirá todo estrecho egoísmo y nos dará un
            
            
              corazón grande y generoso.
            
            
              El salmista dice: “Confía en Jehová, y obra el bien; habita tran-
            
            
              quilo en la tierra, y apaciéntate de la verdad.
            
            
            
            
              “Confía en Jehová.”
            
            
              Cada día trae sus cargas, sus cuidados y perplejidades; y cuán listos
            
            
              estamos para hablar de ellos cuando nos encontramos unos con otros.
            
            
              Nos acosan tantas penas imaginarias, cultivamos tantos temores y
            
            
              expresamos tal peso de ansiedades, que cualquiera podría suponer
            
            
              que no tenemos un Salvador poderoso y misericordioso, dispuesto a
            
            
              oír todas nuestras peticiones y a ser nuestro protector constante en
            
            
              cada hora de necesidad.
            
            
              Algunos temen siempre, y toman cuitas prestadas. Todos los
            
            
              días están rodeados de las prendas del amor de Dios; todos los
            
            
              [122]
            
            
              días gozan las bondades de su providencia; pero pasan por alto
            
            
              estas bendiciones presentes. Sus mentes están siempre espaciándose
            
            
              en algo desagradable cuya llegada temen; o puede ser que existan
            
            
              realmente algunas dificultades que, aunque pequeñas, ciegan sus ojos
            
            
              a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades
            
            
              con que tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de todo
            
            
              bien, los separan de El, porque despiertan desasosiego y lamentos.