Página 109 - El Conflicto Inminente (1969)

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El glorioso triunfo final
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sol, mientras que los redimidos echan sus coronas a los pies del
Salvador, exclamando: “¡El murió por mí!”
Entre la multitud de los rescatados están los apóstoles de Cristo,
el heroico Pablo, el ardiente Pedro, el amado y amoroso Juan y
sus hermanos de corazón leal, y con ellos la inmensa hueste de
los mártires; mientras que fuera de los muros, con todo lo que
es vil y abominable, se encuentran aquellos que los persiguieron,
encarcelaron y mataron. Allí está Nerón, monstruo de crueldad y
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de vicios, y puede ver la alegría y el triunfo de aquellos a quienes
torturó, y cuya dolorosa angustia le proporcionara deleite satánico.
Su madre está allí para ser testigo de los resultados de su propia
obra; para ver cómo los malos rasgos de carácter transmitidos a su
hijo y las pasiones fomentadas y desarrolladas por la influencia y el
ejemplo de ella, produjeron crímenes que horrorizaron al mundo.
Allí hay sacerdotes y prelados papistas, que dijeron ser los em-
bajadores de Cristo y que no obstante emplearon instrumentos de
suplicio, calabozos y hogueras para dominar las conciencias de su
pueblo. Allí están los orgullosos pontífices que se ensalzaron por
encima de Dios y que pretendieron alterar la ley del Altísimo. Aque-
llos así llamados padres de la iglesia tienen que rendir a Dios una
cuenta de la que bien quisieran librarse. Demasiado tarde ven que
el Omnisciente es celoso de su ley y que no tendrá por inocente al
culpable de violarla. Comprenden entonces que Cristo identifica sus
intereses con los de su pueblo perseguido, y sienten la fuerza de sus
propias palabras: “En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños
de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis.”
Mateo 25:40 (VM)
.
Todos los impíos del mundo están de pie ante el tribunal de
Dios, acusados de alta traición contra el gobierno del cielo. No hay
quien sostenga ni defienda la causa de ellos; no tienen disculpa; y se
pronuncia contra ellos la sentencia de la muerte eterna.
Es entonces evidente para todos que el salario del pecado no es
la noble independencia y la vida eterna, sino la esclavitud, la ruina y
la muerte. Los impíos ven lo que perdieron con su vida de rebeldía.
Despreciaron el maravilloso don de eterna gloria cuando les fué
ofrecido; pero ¡cuán deseable no les parece ahora! “Todo eso—
exclama el alma perdida—yo habría podido poseerlo; pero preferí
rechazarlo. ¡Oh sorprendente infatuación! He cambiado la paz, la
dicha y el honor por la miseria, la infamia y la desesperación.” Todos