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El Conflicto Inminente
de una piedad sin poder. Semejante religión es, precisamente, lo que
las multitudes desean.
El hecho de que la iglesia asevere tener el derecho de perdonar
pecados induce a los romanistas a sentirse libres para pecar; y el
mandamiento de la confesión sin la cual ella no otorga su perdón,
tiende además a dar bríos al mal. El que se arrodilla ante un hombre
caído y le expone en la confesión los pensamientos y deseos secretos
de su corazón, rebaja su dignidad y degrada todos los nobles instintos
de su alma.
El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de los san-
tos y la exaltación del papa son artificios de Satanás para alejar de
Dios y de su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar su ruina, se
esfuerza en distraer su atención del Unico que puede asegurarles la
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salvación. Dirigirá las almas hacia cualquier objeto que pueda subs-
tituir a Aquel que dijo: “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os daré descanso!”
Mateo 11:28 (VM)
.
Satanás se esfuerza siempre en presentar de un modo falso el
carácter de Dios, la naturaleza del pecado y las verdaderas conse-
cuencias que tendrá la gran controversia. Sus sofismas debilitan el
sentimiento de obligación para con la ley divina y dan a los hombres
libertad para pecar. Al mismo tiempo les hace aceptar falsas ideas
acerca de Dios, de suerte que le miran con temor y odio más bien
que con amor. Atribuye al Creador la crueldad inherente a su propio
carácter, la incorpora en sistemas religiosos y le da expresión en
diversas formas de culto. Sucede así que las inteligencias de los
hombres son cegadas y Satanás se vale de ellos como de sus agentes
para hacer la guerra a Dios. Debido a conceptos erróneos de los atri-
butos de Dios, las naciones paganas fueron inducidas a creer que los
sacrificios humanos eran necesarios para asegurarse el favor divino;
y perpetráronse horrendas crueldades bajo las diversas formas de la
idolatría.
La iglesia católica romana, al unir las formas del paganismo con
las del cristianismo, y al presentar el carácter de Dios bajo falsos
colores, como lo presentaba el paganismo, recurrió a prácticas no
menos crueles, horrorosas y repugnantes. En tiempo de la suprema-
cía romana, había instrumentos de tortura para obligar a los hombres
a aceptar sus doctrinas. Existía la hoguera para los que no querían
hacer concesiones a sus exigencias. Hubo horribles matanzas de tal