Página 53 - El Conflicto Inminente (1969)

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La libertad de conciencia amenazada
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magnitud que nunca será conocida hasta que sea manifestada en el
día del juicio. Dignatarios de la iglesia, dirigidos por su maestro
Satanás, se afanaban por idear nuevos refinamientos de tortura que
hicieran padecer lo indecible sin poner término a la vida de la vícti-
ma. En muchos casos el proceso infernal se repetía hasta los límites
extremos de la resistencia humana, de manera que la naturaleza que-
daba rendida y la víctima suspiraba por la muerte como por dulce
alivio.
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Tal era la suerte de los adversarios de Roma. Para sus adherentes
disponía de la disciplina del azote, del tormento del hambre y de
la sed, y de las mortificaciones corporales más lastimeras que se
puedan imaginar. Para asegurarse el favor del cielo, los penitentes
violaban las leyes de Dios al violar las leyes de la naturaleza. Se
les enseñaba a disolver los lazos que Dios instituyó para bendecir y
amenizar la estada del hombre en la tierra. Los cementerios encierran
millones de víctimas que se pasaron la vida luchando en vano para
dominar los afectos naturales, para refrenar como ofensivos a Dios
todo pensamiento y sentimiento de simpatía hacia sus semejantes.
Cristo no dió en su vida ningún ejemplo que autorice a los hom-
bres y mujeres a encerrarse en monasterios so pretexto de prepararse
para el cielo. Jamás enseñó que debían mutilarse los sentimientos de
amor y simpatía. El corazón del Salvador rebosaba de amor. Cuanto
más se acerca el hombre a la perfección moral, tanto más delicada
es su sensibilidad, tanto más vivo su sentimiento del pecado y tanto
más profunda su simpatía por los afligidos. El papa dice ser el vica-
rio de Cristo; ¿pero puede compararse su carácter con el de nuestro
Salvador? ¿Vióse jamás a Cristo condenar hombres a la cárcel o
al tormento porque se negaran a rendirle homenaje como Rey del
cielo? ¿Acaso se le oyó condenar a muerte a los que no le acepta-
ban? Cuando fué menospreciado por los habitantes de un pueblo
samaritano, el apóstol Juan se llenó de indignación y dijo: “Señor,
¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, y los consu-
ma, como hizo Elías?” Jesús miró a su discípulo con compasión y
le reprendió por su aspereza, diciendo: “El Hijo del hombre no ha
venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.”
Lucas 9:54, 56
. ¡Cuán diferente del de su pretendido vicario es el
espíritu manifestado por Cristo!