Página 58 - El Conflicto Inminente (1969)

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El Conflicto Inminente
Como los decretos de los concilios resultaran insuficientes, se
instó a las autoridades civiles a promulgar un edicto que inspirase
terror al pueblo y le obligase a abstenerse de trabajar el domingo.
En un sínodo reunido en Roma, todos los decretos anteriores fueron
confirmados con mayor fuerza y solemnidad, incorporados en la ley
eclesiástica y puestos en vigencia por las autoridades civiles en casi
toda la cristiandad. (Véase Heylyn,
History of the Sabbath,
parte 2,
cap. 5, sec. 7.)
A pesar de esto la falta de autoridad bíblica en favor de la ob-
servancia del domingo no originaba pocas dificultades. El pueblo
ponía en tela de juicio el derecho de sus maestros para echar a un
lado la declaración positiva de Jehová: “El séptimo día Sábado es
del Señor tu Dios” a fin de honrar el día del sol. Se necesitaban otros
expedientes para suplir la falta de testimonios bíblicos. Un celoso
defensor del domingo que visitó a fines del siglo XII las iglesias
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de Inglaterra, encontró resistencia por parte de testigos fieles de la
verdad; sus esfuerzos resultaron tan inútiles que abandonó el país
por algún tiempo en busca de medios que le permitiesen apoyar sus
enseñanzas. Cuando regresó, la falta había sido suplida y entonces
tuvo mayor éxito. Había traído consigo un rollo que presentaba como
del mismo Dios, y que contenía el mandamiento que se necesitaba
para la observancia del domingo, con terribles amenazas para aterrar
a los desobedientes. Se afirmaba que ese precioso documento, fraude
tan vil como la institución misma que pretendía afianzar, había caído
del cielo y había sido encontrado en Jerusalén sobre el altar de San
Simeón, en el Gólgota. Pero en realidad, de donde procedía era del
palacio pontifical de Roma. La jerarquía papal consideró siempre
como legítimos los fraudes y las adulteraciones que favoreciesen el
poder y la prosperidad de la iglesia.
Pero a pesar de todos los esfuerzos hechos para establecer la
santidad del domingo, los mismos papistas confesaban públicamente
la autoridad divina del sábado y el origen humano de la institución
que lo había suplantado. En el siglo XVI un concilio papal ordenó
explícitamente: “Recuerden todos los cristianos que el séptimo día
fué consagrado por Dios y aceptado y observado no sólo por los
judíos, sino también por todos los que querían adorar a Dios; no
obstante nosotros los cristianos hemos cambiado el sábado de ellos
en el día del Señor, domingo.”
Ibid., 281, 282
. Los que estaban piso-