Página 193 - Consejos para los Maestros (1971)

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Algunas de las necesidades del maestro cristiano
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que no ven al Sol de Justicia. Olvídense del yo, vivan para Jesús, y
la luz del cielo infundirá alegría a su alma.
Ningún hombre o mujer está preparado para la obra de enseñar,
si es inquieto, impaciente, arbitrario o autoritario. Estos rasgos de
carácter perjudican mucho en el aula de clase. No disculpe el maestro
su mala conducta con el argumento de que tiene por naturaleza
un genio vivo, o que ha errado por ignorancia. El ocupa un lugar
donde la ignorancia o la falta de dominio propic es un pecado. Está
escribiendo en las almas lecciones que las acompañarán durante
toda la vida, y debe aprender a no pronunciar jamás una palabra
apresurada y a no perder el dominio propio.
Más que nadie, el encargado de educar a los jóvenes debe preca-
verse contra el ceder a una disposición sombría o lóbrega; porque
ella le impedirá simpatizar con sus alumnos, y sin simpatía no puede
beneficiarlos. No debemos oscurecer nuestra propia senda o la ajena
con la sombra de nuestras pruebas. Tenemos un Salvador a quien
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recurrir, en cuyo oído compasivo podemos volcar toda queja. Pode-
mos confiarle todos nuestros cuidados y preocupaciones, y entonces
nuestra labor no parecerá difícil ni severas nuestras pruebas.
“Regocijaos en el Señor siempre—exhorta el apóstol Pablo—.
Otra vez digo: ¡Regocijaos!”.
Filipenses 4:4
. Cualquiera que sea
vuestra disposición, Dios puede amoldarla de tal manera que llegue
a ser mansa y semejante a la de Cristo. Por el ejercicio de una fe
viva podemos separarnos de todo lo que no esté de acuerdo con
la voluntad de Dios, y así poner el cielo en nuestra vida terrenal.
Haciendo esto, tendremos alegría a cada paso. Cuando el enemigo
procure envolver con tinieblas el alma, cantemos y hablemos con fe,
y encontraremos que cantando y hablando habremos pasado a la luz.
Somos nosotros los que nos abrimos las esclusas de la desgracia
o las del gozo. Si permitimos que las dificultades y trivialidades
de la tierra embarguen nuestros pensamientos, nuestro corazón se
llenará de incredulidad, lobreguez y presentimientos. Si fijamos
nuestros afectos en las cosas de lo alto, la voz de Jesús hablará a
nuestro corazón, las murmuraciones cesarán, y los pensamientos
afligentes se transformarán en alabanzas a nuestro Redentor. Los
que se espacian en las grandes misericordias de Dios, y que no se
olvidan de sus beneficios menores, se ceñirán de alegría, y habrá
en su corazón melodías para el Señor. Entonces disfrutarán de su