Página 214 - Consejos para los Maestros (1971)

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Capítulo 35—El gran maestro
Cristo fue el mayor Maestro que el mundo conoció jamás. Vino a
esta tierra para difundir los brillantes rayos de la verdad, a fin de que
los hombres pudiesen adquirir idoneidad para el cielo. “Para esto
he venido al mundo—declaró—, para dar testimonio a la verdad”.
Juan 18:37
. Vino para revelar el carácter del Padre, a fin de que los
hombres pudiesen ser inducidos a adorarle en espíritu y en verdad.
El cielo sabía que el hombre necesitaba un maestro divino. La
compasión y simpatía de Dios se despertaron en favor de los seres
humanos, caídos y atados al carro de Satanás; y cuando llegó la
plenitud del tiempo, él envió a su Hijo. El que había sido señalado
en los concilios del cielo, vino a esta tierra como instructor del
hombre. La rica benevolencia de Dios lo dio a nuestro mundo; y
para satisfacer las necesidades de la naturaleza humana, se revistió
de humanidad. Para asombro de la hueste celestial, el Verbo eterno
vino a este mundo como un niño impotente. Plenamente preparado,
dejó los atrios celestiales y se alió misteriosamente con los seres
humanos caídos. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros”.
Juan 1:14
.
Cuando Cristo dejó su alto comando, podría haber tomado sobre
sí cualquier condición de la vida que hubiese querido. Pero la gran-
deza y la jerarquía no representaban nada para él, y eligió el modo
de vivir más humilde. No había de gozar de lujos, comodidades, ni
complacencia propia. La verdad de origen celestial había de ser su
tema; tenía que sembrarla en el mundo, y vivió de tal manera que
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era accesible para todos.
El que, durante su infancia, Cristo hubiese de crecer en sabi-
duría y favor con Dios y los hombres, no era asunto de asombro;
porque estaba de acuerdo con las leyes de su promulgación divina
que sus talentos se desarrollasen y se fortaleciesen sus facultades.
No procuró educarse en las escuelas de los rabinos; porque Dios era
su instructor. A medida que adquiría edad, crecía en sabiduría. Se
aplicaba diligentemente al estudio de las Escrituras; porque sabía
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