Página 215 - Consejos para los Maestros (1971)

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El gran maestro
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que estaban llenas de instrucción inestimable. Fue fiel en el cum-
plimiento de sus deberes domésticos; y en vez de pasar en el lecho
las primeras horas de la mañana, se le hallaba a menudo en un lugar
retraído, escudriñando las Escrituras y orando a su Padre celestial.
Le eran familiares todas las profecías concernientes a su obra
y mediación, y especialmente las que se referían a su humillación,
expiación e intercesión. Tenía siempre presente el objeto de su vida
en la tierra, y se regocijaba al pensar que el misericordioso propósito
del Señor había de prosperar en sus manos.
Acerca de la enseñanza de Cristo se dice: “Y gran multitud
del pueblo le oía de buena gana”.
Marcos 12:37
. “¡Jamás hombre
alguno ha hablado como este hombre!” (
Juan 7:46
), declararon
los alguaciles enviados a apresarlo. Sus palabras reconfortaban y
bendecían a los que anhelaban la paz que él solo podía dar. Había
en sus palabras algo que elevaba a sus oyentes a un nivel más alto
de pensamiento y acción. Si estas palabras fueran presentadas a los
estudiantes, en lugar de las palabras de los hombres, ellos darían
evidencia de una inteligencia superior, de una comprensión más
clara de las cosas celestiales, de un conocimiento más profundo de
Dios, y de una vida cristiana más pura y vigorosa.
Cristo sacaba sus ilustraciones de las cosas de la vida diaria,
y aunque eran sencillas, tenían en sí una maravillosa profundidad
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de significado. Las aves del aire, los lirios del campo, la semilla
que crecía, el pastor y las ovejas, éstas eran las cosas con las cuales
Cristo ilustraba la verdad inmortal; y siempre, de allí en adelante,
cuando sus oyentes veían por casualidad estos objetos, recordaban
sus palabras. Así llegaba la verdad a ser una realidad viva; las es-
cenas de la naturaleza y los asuntos diarios de la vida les repetían
constantemente la enseñanza del Maestro.
Cristo usaba siempre un lenguaje sencillo, y sin embargo sus
palabras ponían a prueba el conocimiento de los pensadores profun-
dos y sin prejuicios. Los maestros de hoy debieran seguir su manera
de enseñar. Las verdades espirituales deben presentarse siempre
en lenguaje sencillo, de manera que puedan comprenderse y hallar
alojamiento en el corazón. Así se dirigía Cristo a las muchedumbres
que se apiñaban a su alrededor, y todos, sabios e ignorantes, podían
comprender sus lecciones.