Página 218 - Consejos para los Maestros (1971)

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Capítulo 36—La disciplina cristiana
El tratar con las mentes humanas es la obra más delicada que se
haya confiado alguna vez a los mortales, y los maestros necesitan
constantemente la ayuda del Espíritu de Dios para poder hacer co-
rrectamente su trabajo. Entre los jóvenes que asisten a la escuela se
encontrará una gran diversidad de caracteres y educación. El maestro
hará frente a los impulsos, la impaciencia, el orgullo, el egoísmo, y
la estima propia desmedida. Algunos de los jóvenes han vivido en
un ambiente de restricción arbitraria y dureza, que ha desarrollado
en ellos un espíritu de obstinación y desafío. Otros han sido mima-
dos, y sus padres, excediéndose en sus afectos, les han permitido
seguir sus propias inclinaciones. Han disculpado sus defectos hasta
deformarles el carácter.
Para tratar con éxito con estas diversas mentes, el maestro ne-
cesita ejercitar mucho tacto y delicadeza en su dirección, al mismo
tiempo que firmeza en el gobierno. Con frecuencia, se manifestará
desagrado y hasta desprecio por los reglamentos debidos. Algunos
ejercitarán su ingenio para evitar las penalidades, mientras que otros
ostentarán una temeraria indiferencia para con las consecuencias de
la transgresión. Todo esto exigirá paciencia, tolerancia y sabiduría
de parte de aquellos a quienes se ha confiado la educación de estos
jóvenes.
La parte del estudiante
Nuestras escuelas han sido establecidas para que en ellas los
jóvenes puedan aprender a obedecer a Dios y a su ley, y prepararse
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para servir. Los reglamentos son necesarios para la conducta de los
que asisten, y los estudiantes deberán obrar en armonía con ellos.
Ningún alumno debe pensar que, por el hecho de que se le permitía
gobernar en su casa, puede gobernar en la escuela. Supongamos que
se permitiese esto; ¿cómo podrían los jóvenes prepararse para ser
misioneros? Cada estudiante que entra en una de nuestras escuelas,
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