Página 226 - Consejos para los Maestros (1971)

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Capítulo 37—La dignidad del trabajo
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A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito acerca de la dignidad
del trabajo manual, prevalece el sentir de que es degradante. La
opinión popular ha trastornado en muchas mentes el orden de las
cosas, y los hombres han llegado a pensar que no es propio que el
hombre que trabaje con las manos ocupe un lugar entre caballeros.
Los hombres trabajan arduamente para obtener dinero; y habiendo
alcanzado riquezas, suponen que éstas harán caballeros a sus hijos.
Pero muchos de los tales no preparan a sus hijos para un trabajo
duro y útil como ellos fueron preparados. Sus hijos gastan el dinero
ganado por el trabajo ajeno, sin comprender su valor. Así emplean
mal un talento al que Dios quiso ver realizar mucho bien.
Los propósitos del Señor no son los propósitos de los hombres.
Dios no quería que éstos viviesen en la ociosidad. En el principio
creó al hombre como caballero; pero aunque rico en todo lo que
podía proveerle el Propietario del universo, Adán no había de quedar
ocioso. Apenas fue creado, le fue dado su trabajo. Había de hallar
empleo y felicidad en cultivar las cosas que Dios había creado; y en
respuesta a su trabajo, sus necesidades iban a ser abundantemente
suplidas con los frutos del jardín del Edén.
Mientras nuestros primeros padres obedecieron a Dios, su trabajo
en el huerto fue un placer; y la tierra les daba de su abundancia para
sus necesidades. Pero, cuando el hombre se apartó de la obediencia,
quedó condenado a luchar con la semilla sembrada por Satanás,
y ganar su pan con el sudor de su frente. Desde entonces debía
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batallar con afanes y penurias contra el poder al cual había cedido
su voluntad.
Era el propósito de Dios aliviar por el trabajo el mal introducido
en el mundo por la desobediencia del hombre. El trabajo podía hacer
ineficaces las tentaciones de Satanás y detener la marea del mal.
Y aunque acompañado de ansiedad, cansancio y dolor, el trabajo
es todavía una fuente de felicidad y desarrollo, y una salvaguardia
contra la tentación. Su disciplina pone en jaque la complacencia
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