La dignidad del trabajo
225
La relación entre el cristianismo y el esfuerzo humano
Las cosas de la tierra están íntimamente relacionadas con el cielo,
y más directamente bajo la vigilancia de Cristo de lo que muchos
piensan. Todos los inventos y perfeccionamientos correctos tienen su
fuente en Aquel que es admirable en consejo y excelente en su obra.
El toque hábil de la mano del médico, su poder sobre los nervios y
los músculos, su conocimiento del delicado mecanismo del cuerpo,
es la sabiduría del poder divino que ha de emplearse en favor de los
dolientes. La habilidad con que el carpintero usa sus herramientas,
la fuerza con que el herrero golpea el yunque, provienen de Dios. En
cualquier cosa que hagamos, dondequiera que estemos colocados,
él desea controlar nuestra mente a fin de que hagamos un trabajo
perfecto.
[265]
El cristianismo y los negocios debidamente comprendidos no
son dos cosas separadas sino una sola. La religión de la Biblia ha de
introducirse en todo lo que hagamos y digamos. Los agentes huma-
nos y los divinos han de combinarse en las realizaciones temporales
tanto como en las espirituales. Han de unirse todas las actividades
humanas en los trabajos mecánicos y agrícolas, en las empresas mer-
cantiles y científicas. Hay un remedio para la indolencia; consiste
en desechar la pereza como un pecado que conduce a la perdición,
y dedicarse al trabajo usando con resolución y vigor la capacidad
física que Dios nos ha dado. La única cura para una vida inútil y
deficiente es el esfuerzo resuelto y perseverante. No se nos ha dado
la vida para que la dediquemos a la ociosidad y la complacencia
propia; grandes posibilidades hay colocadas delante de nosotros. En
su capital de fuerza, se ha confiado un precioso talento a los hombres
para que trabajen. Es de más valor que cualquier depósito bancario y
debe ser apreciado altamente; porque mediante las posibilidades que
ofrece para habilitar a los hombres a vivir una vida feliz y útil, se le
puede hacer rendir interés, e interés compuesto. Es una bendición
que no puede ser comprada con oro o plata, casas o tierras; y Dios
requiere que la usemos sabiamente. Nadie tiene derecho a sacrificar
este talento a la influencia corrompida de la inacción. Todos son
responsables tanto del capital de las fuerzas físicas como de los
recursos pecuniarios.