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Consejos para los Maestros
que sus pensamientos sean triviales y bajos. Un carácter formado
de acuerdo con los preceptos de la Palabra de Dios revelará princi-
pios firmes, aspiraciones puras y nobles. El Espíritu Santo coopera
con las facultades de la mente humana, y el resultado seguro son
impulsos elevados y santos...
Mi alma se conmueve profundamente por las cosas que me
han sido representadas. Siento indignación de espíritu porque en
nuestras instituciones se tribute tan poco honor al Dios viviente,
mientras que se rinde tanto tributo a los que se consideran como
talentos superiores, aunque el Espíritu Santo no esté relacionado
con ellos. El Espíritu de Dios no es reconocido y respetado; los
hombres pronuncian sus juicios sobre él; sus operaciones han sido
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condenadas como fanatismo, entusiasmo e incitación impropia.
Dios ve lo que no disciernen los ojos ciegos de los educadores:
que la inmoralidad de toda clase y medida procura obtener el domi-
nio, obrando contra las manifestaciones del poder del Espíritu Santo.
Lo más vulgar de la conversación, y las ideas bajas y pervertidas se
entretejen con la trama del carácter, y contaminan el alma.
Las partidas de placer bajas y comunes, las reuniones para comer
y beber, los cantos y la música de instrumentos, son inspirados por un
espíritu de abajo. Son una ofrenda a Satanás. Las exhibiciones en la
afición por las bicicletas son una ofensa para Dios. Su ira se enciende
contra los que hacen tales cosas. Porque en estas complacencias la
mente se embota como al beber licor. Se abre la puerta para las
compañías vulgares. Los pensamientos, sueltos por un canal vil, no
tardan en pervertir todas las facultades del ser. Como el antiguo
Israel, los amadores de placeres comen y beben y se levantan a jugar.
Hay alegría y diversiones, hilaridad y regocijo. En todo esto los
jóvenes están siguiendo el ejemplo de los autores impíos de algunos
de los libros colocados en sus manos para que los estudien. Todas
estas cosas tienen su efecto sobre el carácter.
Los que van a la cabeza en estas frivolidades dejan sobre la causa
una mancha que no se borrará fácilmente. Hieren sus propias almas
y llevarán las cicatrices durante toda su vida. El que hace mal puede
ver sus pecados y arrepentirse, y Dios puede perdonar al transgresor;
pero la facultad del discernimiento que debiera haberse mantenido
siempre aguda y sensible para distinguir entre lo sagrado y lo común,
queda en gran medida destruida...