Los maestros y los estudiantes
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tado en su lugar las palabras del Maestro divino, habrían progresado
mucho más en el conocimiento de las verdades divinas de la Palabra
de Dios, que hacen a los hombres sabios para la salvación. Estos
libros han conducido a millares donde Satanás condujo a Adán y
Eva: a un conocimiento que Dios les prohibió tener. Por medio de
sus enseñanzas, los alumnos han sido desviados de la Palabra del
Señor a las fábulas”.
Se me ha instruido que diga a los alumnos: En vuestra búsqueda
de conocimiento, ascended más arriba que la norma puesta por el
mundo; seguid adonde Jesús ha abierto el camino. Y a los maestros
quiero decirles: Guardaos de sembrar la semilla de la incredulidad en
las mentes y corazones humanos. Limpiaos de toda inmundicia de la
carne y del espíritu. La gloria culminante de los atributos de Cristo
es su santidad. Los ángeles se postran delante de él en adoración,
exclamando: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso”.
Apocalipsis 4:8
. El es declarado glorioso en su santidad. Estudiad
el carácter de Dios. Contemplando a Cristo, buscándole con fe y
oración, podéis llegar a ser como él.
En nuestras escuelas la norma de la educación se rebaja tan pron-
to como Cristo deja de ser el modelo de profesores y alumnos. Los
maestros han de comprender que su obra no se limita al conocimien-
to contenido en los libros de texto; ha de llegar más alto, mucho más
alto que lo alcanzado ahora. Un curso de disciplina propia consiste
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en educarse conforme al carácter de la similitud divina. El yo muere
difícilmente, pero cuando los maestros tengan la sabiduría que viene
de lo alto, discernirán el verdadero objeto de nuestra obra educativa,
y harán reformas que darán a nuestros jóvenes una preparación de
acuerdo con el plan de desarrollo que tiene el Señor.
Maestros, desarraigad de vuestros discursos todo lo que no es
de la calidad más alta y mejor. Mantened delante de los alumnos
solamente los sentimientos esenciales. Nunca debe el médico, el
ministro, el pastor o el maestro prolongar sus discursos hasta que el
que es Alfa y Omega quede olvidado en largos asertos que no son
del menor beneficio. Cuando esto se hace, la mente se ahoga en una
multitud de palabras que no pueden retenerse. Sean los discursos
cortos y directos. Manténgase el espíritu dulce y puro y abierto a la
primera ley del cielo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu ama, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a