Página 345 - Consejos para los Maestros (1971)

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La palabra de Dios es un tesoro
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educativo; porque el fundamento de toda educación correcta es
el conocimiento de Dios. Usada como libro de texto en nuestras
escuelas, la Biblia hará para la mente y para la moral lo que no
pueden hacer los libros de ciencia y filosofía. Como libro destinado
a disciplinar y fortalecer el intelecto, ennoblecer, purificar y refinar
el carácter, es sin rival.
Dios cuida de nosotros como seres inteligentes, y nos ha dado
su Palabra como lámpara a nuestros pies y luz para nuestro sendero.
Sus enseñanzas tienen una influencia vital sobre nuestra prosperi-
dad y en todas las relaciones de la vida. Aun en nuestros asuntos
temporales será un guía más sabio que cualquier otro consejero.
Sus instrucciones divinas señalan el único camino que conduce al
verdadero éxito. No hay posición social, ni fase de la experiencia
humana, para la cual el estudio de la Biblia no sea una preparación
esencial.
La sabiduría finita
Pero la mera lectura de la Palabra no producirá el resultado
propuesto por el cielo; debe ser estudiada y albergada en el corazón.
La Biblia no ha recibido la atención detenida que merece. No ha
sido honrada sobre todo otro libro en la educación de los niños y los
jóvenes. Los estudiantes emplean años en adquirir una educación.
Estudian diferentes autores, y se familiarizan con las ciencias y
la filosofía por medio de obras que contienen los resultados de
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investigaciones humanas; pero el Libro que proviene del Maestro
divino ha sido, en extenso grado, descuidado. No se discierne su
valor; sus tesoros permanecen ocultos.
Una educación de ese carácter es deficiente. ¿Quiénes y qué son
estos hombres de saber, para que la mente y el carácter de los jóvenes
sean amoldados por sus ideas? Tal vez publiquen por la pluma y la
voz los mejores resultados de su raciocinio, pero abarcan tan sólo
un detalle de la obra de Dios, y en su cortedad de vista, llamándolo
ciencia, lo exaltan por encima del Dios de la ciencia.
El hombre es finito; no hay luz en su sabiduría. Su razón no
puede, sin auxilio, explicar nada de las cosas profundas de Dios,
ni comprender las lecciones espirituales que Dios ha puesto en el
mundo material. Pero la razón es un don de Dios, y su Espíritu