Página 423 - Consejos para los Maestros (1971)

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Los jóvenes como misioneros
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lejanos para empeñarse en una obra para la cual no están preparados
y para la cual ningún caudal de preparación podría adaptarlos. Los
hombres así enviados dejan vacantes que los obreros inexpertos no
pueden suplir.
Pero la iglesia puede preguntar si a los jóvenes se les pueden con-
fiar las graves responsabilidades que entraña el establecer y dirigir
una misión en el extranjero. Contesto que Dios quiso que, en nues-
tros colegios y por tratar en el trabajo con hombres de experiencia,
se preparasen para prestar un servicio útil en diversos departamentos
de esta causa. Debemos manifestar confianza en nuestros jóvenes.
Debieran ser pioneros en toda empresa que signifique trabajo y sa-
crificio, mientras que los recargados siervos de Cristo deben ser
apreciados como consejeros, para estimular y beneficiar a los que
asestan los golpes más fuertes para Dios. La Providencia puso a estos
padres experimentados en posiciones delicadas y de gran responsa-
bilidad, cuando eran todavía muy jóvenes y cuando sus facultades
físicas e intelectuales no estaban plenamente desarrolladas. La mag-
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nitud del cometido a ellos confiado despertó sus energías, y su labor
activa en la obra contribuyó a su desarrollo físico y mental.
Se necesitan jóvenes. Dios los llama para los campos misioneros.
Por estar comparativamente libres de cuidados y responsabilidades,
se encuentran más favorablemente situados para dedicarse a la obra
que aquellos que deben proveer educación y sostén a una gran
familia. Además, los jóvenes pueden adaptarse más fácilmente a
nuevos climas y nuevas sociedades, y pueden soportar mejor los
inconvenientes y las penurias. Con tacto y perseverancia, alcanzarán
a la gente en su ambiente.
La fuerza se obtiene por el ejercicio. Todos los que hacen uso
de la capacidad que Dios les ha dado, podrán en crecida medida
dedicarla a su servicio. Los que no hacen nada en la causa de Dios,
dejarán de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. Un
hombre que, acostándose, se negara a ejercitar sus miembros, no
tardaría en perder la facultad de usarlos. Así también el cristiano
que no quiera ejercitar los poderes que Dios le ha dado, no sólo deja
de crecer en Cristo, sino que pierde la fuerza que ya tenía; y viene
a ser un paralítico espiritual. Los que, con amor hacia Dios y sus
semejantes, se esfuerzan por ayudar a otros, son los que llegan a ser
establecidos, fortalecidos y arraigados en la verdad. El verdadero