Nuestros niños y jóvenes exigen nuestro cuidado
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que sean sus alumnos: hombres y mujeres que teman a Dios y que
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obren justicia. Si ellos mismos están familiarizados con el camino,
pueden enseñar a los jóvenes a andar en él. No sólo los educarán en
las ciencias, sino que los prepararán para que tengan independencia
moral, trabajen para Jesús, y asuman cargas en su causa.
Maestros, ¡qué oportunidades tenéis! ¡Qué privilegio está a vues-
tro alcance al moldear la mente y el carácter de los jóvenes que
están a vuestro cargo! ¡Qué gozo será para vosotros encontrarlos
en derredor del gran trono blanco, y saber que habéis hecho lo que
podíais para prepararlos para la inmortalidad! Si vuestra obra resiste
la prueba del gran día, como la música más dulce en vuestros oídos
sonará la bendición del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel;... entra
en el gozo de tu señor”.
Mateo 25:21
.
En el gran campo de la mies hay abundancia de trabajo para
todos, y los que dejen de hacer lo que pueden, serán hallados cul-
pables delante de Dios. Trabajemos para este tiempo y la eternidad.
Trabajemos con todas las facultades que Dios nos ha concedido, y
él bendecirá nuestros esfuerzos bien encauzados.
El Salvador anhela salvar a los jóvenes. Quiere regocijarse vién-
dolos en derredor de su trono, revestidos del manto inmaculado de
su justicia. Está aguardando para colocar sobre sus cabezas la corona
de la vida y oír sus voces felices participando en la honra, gloria y
majestad que se tributará a Dios y al Cordero en el canto de victoria
que repercutirá en los atrios del cielo.
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