Página 48 - Consejos para los Maestros (1971)

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Capítulo 6—El objeto primordial de la educación
Por un falso concepto de la verdadera naturaleza y objeto de la
educación, muchos han sido inducidos a errores graves y aun fatales.
Se comete un error tal cuando se descuida la regulación del corazón
o el establecimiento de principios en el esfuerzo por obtener cultura
intelectual, o cuando, en el ávido deseo de ventajas temporales, se
pasan por alto los intereses eternos.
Hacer de la posesión de los honores o riquezas mundanales el
motivo que rija la conducta, es cosa indigna del que ha sido redimido
por la sangre de Cristo. Nuestro objeto debiera ser más bien obtener
conocimiento y sabiduría para llegar a ser mejores cristianos, y estar
preparados para una utilidad mayor, prestando un servicio más fiel a
nuestro Creador; y por nuestro ejemplo e influencia, inducir a otros
a glorificarlo también. Esto es algo real y tangible; no solamente
palabras, sino hechos. No sólo los afectos del corazón deben ser
dedicados a nuestro Hacedor, sino el servicio de la vida.
El único modelo perfecto
El gran propósito de toda la educación y disciplina de la vida, es
volver al hombre a la armonía con Dios; elevar y ennoblecer de tal
manera su naturaleza moral, que pueda volver a reflejar la imagen
de su Creador. Tan importante era esta obra, que el Salvador dejó los
atrios celestiales, y vino en persona a esta tierra, para poder enseñar a
los hombres cómo obtener la idoneidad para la vida superior. Durante
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treinta años habitó como hombre entre los hombres, experimentó
las cosas de la vida humana como niño, joven y hombre; soportó
las pruebas más severas a fin de poder presentar una ilustración
viva de las verdades que enseñaba. Durante tres años, como maestro
enviado de Dios, instruyó a los hijos de los hombres; luego dejando
la obra a colaboradores escogidos ascendió al cielo. Pero no ha
cesado su interés en ella. Desde los atrios celestiales, observa con
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