Página 49 - Consejos para los Maestros (1971)

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El objeto primordial de la educación
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la más profunda solicitud el progreso de la causa por la cual dio su
vida.
El carácter de Cristo es el único modelo perfecto que hemos
de copiar. El arrepentimiento y la fe, la entrega de la voluntad y
la consagración de los afectos a Dios, son los medios señalados
para la realización de esta obra. Obtener un conocimiento de su
plan divinamente ordenado, debiera ser el objeto de nuestro primer
estudio; cumplir con sus requerimientos, nuestro primer esfuerzo.
Salomón declara que “el temor de Jehová es el principio de la
sabiduría”. Respecto al valor y a la importancia de esta sabiduría,
dice: “Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y sobre todas tus
posesiones adquiere inteligencia”. “Porque su ganancia es mejor
que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más
preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear,
no se puede comparar a ella”.
Proverbios 9:10; 4:7; 3:14, 15
.
La escuela de Cristo
El que procura con diligencia adquirir la sabiduría de las escuelas
humanas, debe recordar que otra escuela lo reclama también como
estudiante. Cristo fue el mayor maestro que el mundo vio jamás.
Trajo al hombre conocimiento directo del cielo. Las lecciones que
nos ha dado son las que necesitamos tanto para el estado actual
como para el futuro. Pone delante de nosotros los verdaderos fines
de la vida, y cómo podemos obtenerlos.
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En la escuela de Cristo, los estudiantes nunca se gradúan. Entre
los alumnos se cuentan tanto viejos como jóvenes. Los que prestan
atención a las instrucciones del divino Maestro, adelantan constan-
temente en sabiduría, refinamiento y nobleza del alma. Y así están
preparados para entrar en aquella escuela superior donde el progreso
continuará durante toda la eternidad.
La sabiduría infinita nos presenta las grandes lecciones de la
vida—lecciones de deber y de felicidad. A menudo son difíciles
de aprender, pero sin ellas no podemos hacer ningún progreso real.
Pueden costarnos esfuerzos y lágrimas, y hasta agonía, pero nun-
ca debemos vacilar ni cansarnos. Al fin oiremos la invitación del
Maestro: “Hijo, sube más arriba”.