Página 294 - Consejos sobre Mayordom

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Capítulo 61—Un contrato con Dios
Cuando se ha hecho, en presencia de nuestros hermanos, la pro-
mesa verbal o escrita de dar cierta cantidad, ellos son los testigos
visibles de un contrato formalizado entre nosotros y Dios. La prome-
sa no se hace al hombre, sino a Dios, y es como un pagaré dado a un
vecino. Ninguna obligación legal tiene más fuerza para el cristiano
en cuanto al desembolso de dinero, que una promesa hecha a Dios.
Las personas que hacen tales promesas a sus semejantes, no pien-
san generalmente en pedir que se los libre de sus compromisos. Un
voto hecho a Dios, el Dador de todos los favores, es de importancia
aun mayor; por lo tanto, ¿por qué habríamos de quedar libres de
nuestros votos a Dios? ¿Considerará el hombre su promesa como
de menos fuerza porque ha sido hecha a Dios? Por el hecho de que
su voto no será llevado a los tribunales, ¿es menos válido? ¿Habrá
de robar a Dios un hombre que profesa ser salvado por la sangre del
infinito sacrificio de Jesucristo? ¿No resultan sus votos y sus actos
pesados en las balanzas de justicia de los ángeles celestiales?
Cada uno de nosotros tiene un caso pendiente en el tribunal
del cielo. ¿Inclinará nuestra conducta la balanza de las evidencias
contra nosotros? El caso de Ananías y Safira era de lo más grave.
Al retener parte del precio, mintieron al Espíritu Santo. Del mismo
modo, la culpa pesa proporcionalmente sobre cada individuo que
cometa ofensas semejantes.
Cuando los corazones de los hombres han sido enternecidos por
la presencia del Espíritu de Dios, son más sensibles a las impresiones
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del Espíritu Santo, y se resuelven a negarse a sí mismos y sacrificarse
por la causa de Dios. Al brillar la divina luz en las cámaras de la
mente con claridad y fuerza inusitadas, es cuando los sentimientos
del hombre natural quedan vencidos y el egoísmo pierde su poder
sobre el corazón y se despiertan los deseos de imitar al Modelo,
Jesucristo, en la práctica de la abnegación y la generosidad. La
disposición del hombre naturalmente egoísta se impregna entonces
de bondad y compasión hacia los pecadores perdidos, y él formula
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