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Precauciones y consejos
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Uno que pidió que se orara por su curación
—Mi esposo y yo
una vez asistimos a una reunión donde se despertó nuestra simpatía
por un hermano que estaba gravemente afectado de tisis. Era pálido
y demacrado. Pidió las oraciones del pueblo de Dios. Dijo que su
familia estaba enferma y que había perdido a un hijo. Habló con
sentimiento de su duelo. Dijo que había estado esperando durante
algún tiempo ver a los hermanos White. Había creído que si oraban
por él, sería sanado. Después de que terminó la reunión, los hermanos
nos llamaron la atención a este caso. Dijeron que la iglesia los estaba
ayudando, que su esposa estaba enferma y su hijo había muerto. Los
hermanos se habían reunido en su hogar y se habían unido en oración
por la familia afligida. Estábamos muy cansados y teníamos la carga
del trabajo sobre nosotros durante la reunión y queríamos que se
nos excusara. Yo había resuelto no ocuparme en oración por nadie,
a menos que el Espíritu del Señor se manifestara en el asunto. . . .
Esa noche nos postramos en oración y presentamos su caso de-
lante del Señor. Suplicamos para que pudiéramos saber la voluntad
de Dios acerca de él. Todo lo que deseábamos era que Dios pudie-
ra ser glorificado. ¿Queria el Señor que oráramos por ese hombre
afligido? Dejamos la carga con el Señor y nos retiramos a descan-
sar. El caso de este hombre fue presentado claramente en un sueño.
Su proceder desde su niñez en adelante me fue mostrado y que si
orábamos, el Señor no nos oiría, pues él mantenía la iniquidad en
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su corazón. A la mañana siguiente, el hombre vino para que orára-
mos por él. Lo llevamos aparte y le dijimos que lo sentíamos pero
estábamos obligados a rehusar su pedido. Le conté mi sueño, que
el reconoció como verdadero. Había practicado la masturbación
desde su mocedad y la había continuado practicando durante su vida
matrimonial, pero dijo que trataría de apartarse de ella. Este hombre
tenía un hábito inveterado que vencer. Ya estaba en la edad madura
de su vida. Sus principios morales estaban tan débiles que cuando
entró en conflicto con esa complacencia inveterada fueron vencidos.
. . .
He aquí un hombre que se degradaba diariamente y, sin embargo,
se atrevía a ir a la presencia de Dios y pedir que le aumentara la
fuerza que él había malgastado vilmente y que si se le concedía, la
usaría en su concupiscencia. ¡Qué tolerancia tiene Dios! Si él tratara
a los hombres de acuerdo con las corruptas sendas de ellos, ¿quién