La Biblia como texto
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Dios bendecirá los esfuerzos fieles de todos los que enseñen a sus
hijos de acuerdo con sus instrucciones.—
Carta 33, 1897
.
Presenta el amor de Dios como un tema admirable
—Los ni-
ños de cada familia han de ser criados con la educación y la amones-
tación del Señor. Deben controlarse las propensiones al mal, deben
subyugarse los temperamentos violentos; y los niños deben apren-
der que son propiedad del Señor, comprados con su propia sangre
preciosa, y que no pueden vivir una vida de placer y vanidad, a fin
de realizar su propia voluntad y llevar a cabo sus propias ideas, y
a pesar de eso seguir perteneciendo al grupo de los hijos de Dios.
Hay que instruir a los niños con bondad y paciencia. . . . Que los
padres les enseñen el amor de Dios de modo que les resulte un tema
agradable dentro del círculo familiar, y que la iglesia asuma la res-
ponsabilidad de alimentar a los corderitos tanto como a las ovejas
del rebaño.—
The Review and Herald, 25 de octubre de 1892
.
Sus relatos proporcionan seguridad al niño tímido
—Sola-
mente la sensación de la presencia de Dios puede desvanecer el
temor que, para el niño tímido, haría de la vida una carga. Grabe él
en su memoria la promesa: “Asienta campamento el ángel de Jeho-
vá en derredor de los que le temen, y los defiende”.
Salmos 34:7
.
Lea la maravillosa historia de Eliseo cuando estaba en la ciudad
de la montaña y había entre él y el ejército de enemigos armados
un círculo poderoso de ángeles celestiales. Lea cómo apareció el
ángel de Dios a Pedro cuando estaba en la prisión, condenado a
muerte; cómo lo sacó en salvo, pasando por entre los guardianes
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armados y las macizas puertas de hierro con sus cerrojos y barrotes.
Lea la escena desarrollada en el mar, cuando Pablo el prisionero,
en viaje al lugar donde iba a ser juzgado y ejecutado, dirigió a los
soldados y marineros náufragos, abatidos por el trabajo, la vigilancia
y el ayuno, grandes palabras de valor y esperanza: “Os exhorto a
que tengáis buen ánimo; porque no habrá pérdida de vida alguna de
entre vosotros. . . . Porque estuvo junto a mí esta noche un ángel de
Dios, de quien soy y a quien sirvo, el cual decía: No temas, Pablo;
es necesario que comparezcas ante César; y he aquí que Dios te ha
dado a todos los que navegan contigo”. Con fe en esta promesa,
Pablo aseguró a sus compañeros: “No se perderá un cabello de la
cabeza de ninguno de vosotros”. Así ocurrió. Por el hecho de estar
en ese buque un hombre por medio del cual Dios podía obrar, toda la