Página 106 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

Basic HTML Version

102
Cristo Nuestro Salvador
y amor para con los que habían quedado sin su Señor, se detuvieron
para asegurarles que no sería aquella una separación eterna.
Cuando los discípulos regresaron a Jerusalén, la gente los mi-
raba con asombro. Después de la crucifixión y de la muerte de su
Maestro, era de suponer que estuvieran abatidos y avergonzados. Sus
enemigos esperaban ver en sus semblantes una expresión de tristeza
y decaimiento. En lugar de eso lo que vieron fué alegría y triunfo;
se presentaban gozosos, con rostros radiantes de una dicha que no
era de este mundo. No se sentían apesadumbrados por esperanzas
frustradas, sino que estaban llenos de alabanza y gratitud para con
Dios.
Con júbilo relataban la maravillosa historia de la resurrección
de Cristo y su ascensión al cielo, y muchos creían el testimonio de
ellos.
Los discípulos ya no desconfiaban más del porvenir. Sabían que
[157]
Jesús estaba en el cielo y que su afecto seguía acompañándolos.
Sabían además que presentaría ante Dios los méritos de su sangre.
Estaba enseñando a su Padre las heridas de sus manos y de sus pies
como señal evidente del precio que había pagado por sus redimidos.
Sabían que volvería otra vez, con todos los santos ángeles consi-
go, y esperaban el acontecimiento con gran gozo y anhelo.
Cuando lo hubieron perdido de vista en el monte de los Olivos,
fué recibido por una hueste celestial que le acompañó al cielo con
cánticos de triunfo y júbilo.
A la entrada de la ciudad de Dios una multitud innumerable de
ángeles aguardaban su llegada. Al acercarse Cristo a las puertas, la
compañía de ángeles que le seguía, dirigiéndose a la compañía que
estaba a las puertas, cantaban en tono de triunfo:
“¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
y alzaos vosotros, portales eternos;
y entrará el Rey de gloria!”
Los ángeles a las puertas preguntan:
“¿Quién es este Rey de gloria?”
Y esto lo dicen no porque no sepan quién es, sino porque desean
oír la respuesta de sublime alabanza: