Página 13 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Jesús presentado en el templo
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llamado nuestra Pascua.
1 Corintios 5:7
. Por su sangre, mediante la
fe, somos redimidos.
Efesios 1:7
.
De manera que cada vez que una familia de Israel llevaba a su
primogénito al templo, debía recordar cómo los niños habían sido
salvados de la plaga en Egipto y cómo todos podían salvarse del
pecado y de la muerte eterna. El sacerdote tomaba en sus brazos al
niño traído al templo, y le alzaba ante el altar.
De este modo dedicaba solemnemente al niño a Dios. Después
escribía su nombre en el rollo, o libro, que contenía los nombres de
los primogénitos de Israel. Asimismo todos los que sean salvos por
la sangre de Cristo tendrán sus nombres escritos en el libro de la
vida.
José y María llevaron a Jesús al sacerdote según lo exigía la
ley. Todos los días había padres y madres que iban con sus hijos al
templo, y en las humildes personas de José y María el sacerdote no
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notó nada de extraordinario. No eran más que miembros de la clase
trabajadora de Galilea.
En el niño Jesús no vió más que una tierna criatura. No se
imaginó aquel sacerdote que tenía en sus brazos al Salvador del
mundo, al Sumo Sacerdote del santuario celestial. Sin embargo, bien
hubiera podido saberlo; porque si hubiese sido obediente a la Palabra
de Dios, el Señor se lo hubiera revelado.
En aquel mismo momento se encontraban en el templo dos ver-
daderos siervos de Dios, Simeón y Ana. Ambos habían envejecido
en el servicio de su Señor, el cual les había revelado cosas que había
tenido que ocultar a los sacerdotes orgullosos y egoístas.
Simeón había obtenido la promesa de que no moriría antes de
que hubiese visto al Mesías. Tan luego como vió al niño Jesús en el
templo, supo que era el Ungido del Señor.
Circundaba el rostro de Jesús una suave luz celestial, y Simeón,
tomando al niño en sus brazos, dió gracias a Dios y dijo:
“¡Ahora despide a tu siervo, Señor, conforme a tu palabra, en
paz! porque mis ojos han visto tu salvación, la cual has preparado en
presencia de todos los pueblos; luz para iluminación de las naciones,
y gloria de tu pueblo Israel.”
Lucas 2:29-32
.
Y la profetisa Ana, “presentándose en aquella misma hora, daba
gracias a Dios, y hablaba de aquel niño a todos los que esperaban la
redención en Jerusalem.”
Lucas 2:38
.