Página 25 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Días de conflicto
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dinero que dar a los necesitados, pero con frecuencia se privaba de
alimentos para socorrer a otros.
Cuando sus hermanos dirigían palabras ásperas a los pobres
y miserables, Jesús iba a verlos y les hablaba con bondad para
animarlos. A los que tenían hambre y sed, les llevaba un vaso de
agua fresca y a menudo les daba pan de su propia comida.
Todo esto desagradaba a sus hermanos, quienes le amenazaron y
trataron de atemorizarle, pero él siguió haciendo lo que Dios había
ordenado.
Muchas fueron las pruebas y las tentaciones que Jesús tuvo que
soportar. Satanás estaba siempre alerta para vencerle.
Si Jesús hubiese podido ser inducido a cometer tan sólo un acto
malo, o a pronunciar una sola palabra mala, o a hacer un ademán de
impaciencia, no habría podido ser nuestro Salvador, y el mundo se
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habría perdido para siempre. Satanás lo sabía, y por esto procuraba
con tanto ahinco inducir a Jesús a pecar.
Aunque el Salvador estuvo siempre guardado por ángeles celes-
tiales, su vida fué una larga lucha contra los poderes de las tinieblas.
Ninguno de nosotros tendrá jamás que sufrir tentaciones tan fuertes
como las que acecharon a nuestro Salvador. Para cada tentación
tenía una sola respuesta: “Escrito está.” No censuraba a menudo la
mala conducta de sus hermanos, sino que les repetía lo que Dios
había dicho.
Nazaret era una población corrompida y los niños y los jóvenes
procuraban inducir a Jesús a que siguiera los malos caminos de
ellos. Como era alegre y animoso, les gustaba su compañía. Pero
sus principios rectos los irritaban. Frecuentemente le llamaban co-
barde porque rehusaba participar con ellos en algún acto prohibido.
También se mofaban de él porque era tan escrupuloso. A todo esto
respondía: “Escrito está.” “¡He aquí que el temor del Señor es la
Sabiduría, y el apartarse del mal, la Inteligencia!”.
Job 28:28
. Amar
el mal es amar la muerte, porque “el salario del pecado es muerte.”
Jesús no reivindicaba sus derechos. Al ser maltratado, lo soporta-
ba todo con paciencia. Debido a que era tan bondadoso y resignado,
su trabajo resultaba a menudo inútilmente duro. Pero nunca se des-
animó, porque sabía que Dios le aprobaba.
Sus horas más felices eran aquellas en que se hallaba a solas con
la naturaleza y con Dios. Concluído su trabajo, le gustaba andar por