Página 41 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Las enseñanzas de Jesús
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Estas enseñanzas les parecían extrañas y nuevas a los oyentes de
Cristo, el cual se las repitió muchas veces. En una ocasión acudió
a Jesús un doctor de la ley con esta pregunta: “Maestro, ¿haciendo
qué cosa, poseeré la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Qué está escrito
en la ley? ¿cómo lees?”
“Y él respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
Jesús le contestó: “Bien has respondido: haz esto, y vivirás.”
El doctor no había hecho esto. Sabía que no había amado a otros
como a sí mismo, pero en vez de arrepentirse trató de disculpar su
egoísmo. Así que preguntó a Cristo: “¿Y quién es mi prójimo?”
Lucas 10:25-29
.
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Los sacerdotes y los rabinos disputaban frecuentemente sobre
este asunto. No consideraban a los pobres e ignorantes como próji-
mos suyos y no querían manifestarles afecto. Cristo no tomó parte
en sus disputas, pero contestó a la pregunta relatando un suceso que
había acontecido hacía poco.
Cierto hombre, dijo él, iba de Jerusalén a Jericó. El camino era
escarpado y peñascoso, y pasaba por una región desierta y solitaria.
Allí el hombre fué atacado por ladrones y despojado de cuanto tenía.
Fué golpeado y herido y dejado por muerto en el camino.
Mientras allí yacía pasó un sacerdote y después un levita del tem-
plo de Jerusalén. Mas en vez de ayudar al pobre hombre, cruzaron
hacia el otro lado del camino.
Estos hombres habían sido escogidos para oficiar en el templo
de Dios, y debieran haber sido semejantes a Dios en misericordia y
bondad, pero eran duros e insensibles de corazón.
Después se acercó uno de los samaritanos. Estos eran desprecia-
dos y odiados por los judíos. Un judío no habría dado a uno de ellos
siquiera una copa de agua o un pedazo de pan. Pero el samaritano
no se puso a pensar en esto, ni tampoco en que los ladrones podían
estar acechándole.
Allí yacía el extranjero, ensangrentado y a punto de morir. El
samaritano se quitó su propio manto y le envolvió en él. Le dió de
su propio vino para beber, y derramó aceite en sus heridas. Luego
le puso sobre su propia cabalgadura, le llevó a un mesón y le cuidó
toda la noche.