Página 65 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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En Getsemaní
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Estos eran sus más fervorosos partidarios y los tres en quienes más
podía confiar. Pero no pudo soportar que ni aun ellos presenciaran
los horribles padecimientos que iban a angustiarle. Por esto les dijo:
“Quedaos aquí, y velad conmigo.”
Mateo 26:38
.
Se retiró a corta distancia de ellos y cayó postrado sobre su rostro.
Sentía que el pecado lo estaba separando de su Padre celestial. La
sima que se abría entre el Padre y él le parecía tan ancha, tan obscura
y tan profunda que temblaba frente a ella.
Cristo no estaba sufriendo por sus culpas propias, sino por los
pecados del mundo. Sentía entonces el aterrador enojo de Dios
contra el pecado, tal como lo sentirá el pecador en el gran día de la
retribución.
En su agonía Cristo se aferraba al suelo frío. De sus pálidos
labios brotó el amargo clamor: “¡Padre mío, si es posible, pase de
mí esta copa! mas no como yo quiero, sino como tú.”
Mateo 26:39
.
Durante una hora Jesús soportó a solas este atroz sufrimiento.
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Luego vino adonde había dejado a sus discípulos, en busca de una
palabra de simpatía. Pero ninguna compasión encontró en ellos, por-
que estaban dormidos. Al escuchar su voz despertaron, pero apenas
le reconocieron, tan demudado estaba su rostro por la angustia.
Jesús le dijo a Pedro: “¡Simón! ¿duermes tú? ¿no has podido
velar una sola hora?”
Marcos 14:37
.
Poco antes de llegar al huerto, Cristo había dicho a los discípulos:
“Todos vosotros seréis escandalizados en mí esta noche.” Ellos le
habían afirmado rotundamente que estaban listos para ir con él a la
cárcel y aun a la muerte. Y Pedro, en su presunción, había añadido:
“¡Aunque todos se escandalizaren yo empero, no!”
Marcos 14:27,
29
.
Pero los discípulos confiaron en sí mismos. No acudieron al
Supremo Auxilio conforme al consejo de Jesús, de modo que en el
momento en que más necesitaba éste su simpatía y sus oraciones
los encontró durmiendo. Hasta el mismo Pedro se había quedado
dormido.
También Juan, el amante discípulo, que se había reclinado en el
pecho de Jesús, estaba dormido. El amor a su Maestro hubiera debido
mantenerlo despierto. Sus oraciones fervientes deberían haberse
unido a las de su amado Salvador en los momentos de su atroz
agonía. El Redentor había orado noches enteras por sus discípulos a