Página 73 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Ante Anas, Caifas y el Sanedrin
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“Si he hablado mal, da testimonio del mal; mas si bien, ¿por qué
me hieres?”
Juan 18:22, 23
.
Jesús hubiera podido llamar legiones de ángeles del cielo en su
auxilio. Pero era parte de su misión soportar en su carácter humano
todo el escarnio y todos los insultos con que la humanidad podía
colmarle.
De la casa de Anás, el Salvador fué llevado al palacio de Caifás.
Iba a ser procesado ante el Sanedrín y mientras convocaban a los
miembros de este consejo supremo de los judíos, Anás y Caifás le
interrogaron otra vez sin conseguir ventaja alguna.
Luego que los miembros del Sanedrín se hubieron reunido, Cai-
fás ocupó su puesto de presidente. A cada lado de él estaban los
jueces; ante ellos la guardia de soldados romanos custodiaba a Jesús;
y detrás de estos soldados se encontraba la turba de acusadores.
Caifás se dirigió a Jesús y le dijo que hiciera uno de sus grandes
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milagros ante ellos; pero el Salvador no dió señal de haberle oído.
Si hubiera contestado siquiera con una de sus penetrantes miradas,
como la que dirigiera a los compradores y vendedores del templo,
toda aquella multitud sanguinaria se hubiera visto obligada a huír de
su presencia.
En aquel tiempo los judíos estaban sujetos a los romanos y no
tenían derecho para aplicar la pena de muerte. El Sanedrín no podía
ir más allá que examinar al reo y dar un fallo que debía ser ratificado
por las autoridades romanas.
Para lograr su malévolo intento, necesitaban los sacerdotes en-
contrar algún cargo contra Jesús que lo hiciese considerar criminal
por la autoridad romana. Tenían sobradas pruebas de que Cristo
había hablado contra las tradiciones judaicas y contra mucho de su
ceremonial. Era muy fácil comprobar que había llamado hipócritas
y asesinos a los sacerdotes y a los escribas. Pero los romanos no
habrían escuchado tales acusaciones, pues ellos mismos estaban
muy disgustados con las pretensiones de los fariseos.
Muchos fueron los cargos que levantaron contra Jesús, pero,
o hubo desacuerdo entre los testigos, o su testimonio era de tal
naturaleza que no hubiera sido aceptado por el tribunal romano.
Trataron de hacerle contestar a estos cargos, pero él parecía no oírles.
Este silencio de Cristo había sido descrito por el profeta Isaías del
modo siguiente: “Fué oprimido; pero él mismo se humilló, y no abre