Página 77 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Judas
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imploró que pusiera en libertad a Jesús, declarando que era inocente
de todo crimen. Caifás le apartó de sí con ira y desdeñosamente le
contestó:
“¿Qué se nos da a nosotros? ¡viéraslo tú!”
Mateo 27:4
.
Judas se arrojó entonces a los pies de Jesús, declarándole Hijo de
Dios y suplicándole que ejerciera su potestad divina para libertarse
de sus enemigos.
Bien sabía el Salvador que Judas no se había arrepentido verda-
deramente de su pecado. El falso discípulo temía ser castigado por su
terrible actuación; pero no sentía verdadero pesar por haber traiciona-
do al inmaculado Hijo de Dios. No obstante, el Salvador no censuró
al traidor ni con una mirada ni con una palabra de condenación.
Comprendió que estaba sufriendo el más amargo remordimiento por
su crimen. Mirándole con compasión dijo:
“Para esta hora vine yo al mundo.”
Un murmullo de sorpresa circuló por toda la asamblea al ver la
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celestial mansedumbre del Salvador para con el traidor.
Viendo que todos sus ruegos eran inútiles para libertar a su
Maestro, Judas se precipitó por la sala exclamando:
“¡Es demasiado tarde! ¡demasiado tarde!”
Se dió cuenta de que no le era posible vivir para ver crucificado
a Jesús, y en la agonía de su remordimiento fué y se ahorcó.
Más tarde aquel mismo día, en el camino del tribunal de Pilato
al Calvario, hubo una interrupción en las mofas y en los gritos de la
turba malvada que llevaba a Jesús al lugar de la crucifixión. Al pasar
por un lugar solitario, vieron al pie de un árbol seco el cadáver de
Judas. Era un espectáculo horroroso. Su peso había roto la cuerda
con la cual se había colgado del árbol. Al caer el cuerpo quedó
horriblemente destrozado y en ese momento los perros lo estaban
devorando.
Sus restos fueron sepultados inmediatamente y las mofas dismi-
nuyeron; muchos rostros revelaban por su palidez la inquietud que
comenzaba a embargar los corazones. El castigo parecía alcanzar ya
a los que eran culpables de la sangre de Jesús.
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