Página 80 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Cristo Nuestro Salvador
Pero no esperó la contestación. El tumulto crecía y el pueblo
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rugía fuera de la sala del tribunal. Los sacerdotes exigían acción
inmediata, de modo que Pilato reasumió su actitud de gobernador
romano. Saliendo afuera declaró:
“Yo no hallo en él ningún delito.”
Juan 18:33-38
.
Estas palabras del juez pagano censuraban vivamente la villanía
y falsedad de los gobernantes de Israel que acusaban al Salvador.
Al oír los sacerdotes y ancianos las palabras de Pilato, su despe-
cho y su cólera no tuvieron límites. Tanto tiempo habían esperado y
buscado esta oportunidad de acabar con Jesús, y ahora que quizá se
les iba a escapar, parecían dispuestos a despedazarle vivo.
Perdieron todo juicio y dominio propio, profirieron maldiciones
y se condujeron más como demonios que como hombres. Se enfure-
cieron contra Pilato y le amenazaron con la censura del gobierno de
Roma. Le acusaron de rehusar condenar a Jesús, quien, afirmaban
ellos, se había levantado contra César. Gritaron:
“Incita al pueblo, enseñando por toda la Judea; y comenzando
desde Galilea, llega hasta aquí.”
Lucas 23:5
.
En aquel momento Pilato no pensaba condenar a Jesús. Estaba
convencido de su inocencia. Pero cuando oyó decir que Cristo era
de Galilea, resolvió enviarlo a Herodes, gobernador de aquella pro-
vincia, pero de visita entonces en Jerusalén. Pilato intentó por este
medio echar la responsabilidad del juicio sobre Herodes.
Jesús se sentía desfallecer de hambre y por falta de sueño y
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también de resultas de las crueldades que habían hecho con él. Pero
Pilato le volvió a entregar a los soldados, los cuales se lo llevaron
entre las mofas e insultos de la multitud.
Herodes no había conseguido hasta entonces ver a Jesús, aunque
hacía mucho que deseaba verle y presenciar alguna manifestación de
su maravilloso poder. Cuando el Salvador fué traído a su presencia,
la turba se apiñaba oprimiéndole y vociferando. Herodes impuso
silencio, pues deseaba interrogar al preso.
Con curiosidad y algo de lástima contempló el pálido semblante
de Cristo, encontrando en él señales de profunda sabiduría y ad-
mirable pureza. Así como Pilato, quedó él también convencido de
que la envidia y la maldad de los judíos eran causa única de sus
acusaciones contra él.