El examen propio
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mentes muy por encima de las cosas terrenales y hacerles sentir que
están en la presencia del Infinito.
La escuela sabática no es el lugar apropiado para esa clase de
maestros que van solamente por la superficie, que tienen mucha labia
y hablan con espíritu de liviandad tocante a las verdades decisivas
y eternas, que son más altas que los cielos y más anchas que los
mundos. El comportamiento de la clase revelará el carácter de un
maestro, según se manifiesta por el ejemplo que da ante ella. Si son
descorteses y siguen siéndolo, si son irreverentes, ha de haber alguna
causa, y el asunto necesita ser investigado a fondo.
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La reverencia y la cordialidad
El maestro puede ser reverente y, sin embargo, alegre. Y en lugar
de tener maneras petulantes debería escudriñar las cosas profundas
de Dios. Cualquier afectación no será natural. Reciba la clase la
impresión de que la religión es una realidad, que es deseable; pues
trae paz, descanso y felicidad. No permitáis que vuestra clase reciba
la impresión de que un carácter frío, falto de simpatía, es religión.
Que la paz y la gloria de la presencia de Cristo en el corazón hagan
que el rostro exprese su amor, que los labios profieran gratitud y
alabanza.
Los que acostumbran a estar en comunión con Dios reflejarán su
luz en el rostro. Los niños aborrecen la sombra de las tinieblas y la
tristeza. Su corazón responde a la brillantez, a la alegría y al amor.
Aunque un maestro debe ser firme y resuelto, no debe ser severo, exi-
gente ni dictatorial. El maestro necesita una autoridad revestida de
dignidad; de otra manera carecerá de esa habilidad que haría de él un
maestro de éxito. Los niños son prontos para discernir cualquier de-
bilidad o defecto en el carácter del maestro. El comportamiento hace
su impresión. Las palabras que pronunciáis no les darán el molde
debido, a menos que vean en vuestro carácter el modelo. Un carácter
cristiano correcto, ejemplificado en la vida diaria, hará mucho en
pro de la formación del carácter de vuestra clase, más, mucho más,
que todas vuestras enseñanzas y muy repetidas lecciones. Dios nos
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ha relacionado de tal manera individualmente con la gran trama de
la humanidad que inconscientemente hacemos nuestras las maneras,
prácticas y costumbres de aquellos con quienes nos relacionamos. Y